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Acta Apostolicae Sedis. - Comentario Oficial.

Así, la palabra de Dios viva, efectiva, más penetrante que cualquier espada[1] obrará no solo para conservación y defensa de la fe, sino también para el impulso efectivo de las buenas obras: ya que la fe sin obras está muerta[2]; y no serán justificados ante Dios los que escuchan la ley, sino aquellos que la ponen por obra[3].

Y este es otro punto en el que vemos cuán inmensa es la brecha entre la reforma verdadera y la falsa. Para aquellos que abogan por la falsedad, imitando la inconstancia de los necios, por lo general llegan a extremos, o exaltan la fe para excluir la necesidad de buenas obras, o colocan toda la excelencia de la virtud solo en la naturaleza, sin la ayuda de la fe y de la gracias divina. De donde sigue que los actos que provienen solo de la honestidad natural no son más que simulacros de virtud, ni duraderos en sí mismos ni suficientes para la salud. Por lo tanto, el trabajo de tales reformadores no sirve para restaurar la disciplina, sino para dañar la fe y las costumbres.

Por el contrario, aquellos que, al ejemplo de Carlos, sinceramente y sin engaño buscan la verdadera y saludable reforma, evitan los extremos, sin traspasar nunca esos límites más allá de los cuales no puede haber reforma. Porque, unidos firmemente a la Iglesia y a su Cabeza Cristo, no solo extraen la fuerza de la vida interior de aquí, sino que también reciben la norma de la acción externa, para acercarse con confianza al trabajo de curación de la sociedad humana. Ahora, de esta misión divina, transmitida perpetuamente en aquellos que deben actuar como legados de Cristo, es precisamente enseñar a todas las gentes, no solo las cosas en las que se debe creer, sino también aquellas que se deben hacer, es decir, como Cristo mismo pronunció: observad todas las cosas que os he mandado[4]. De hecho, él es camino, verdad y la vida[5], y ha venido para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia[6]. Pero ya que el cumplimiento de todos estos deberes, solo con la única guía de la naturaleza, está muy por encima de lo que las fuerzas del hombre pueden lograr por sí mismos, la Iglesia, tiene, junto con su magisterio, unido el poder para gobernar la sociedad cristiana

  1. Hb IV, 12.
  2. St II, 26 y Rm II, 13
  3. Rm II, 13
  4. Mt XXVIII, 18-20.
  5. Jn. XIV, 6
  6. Jn X, 10.