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Acta Apostolicae Sedis. - Comentario Oficial.

Por lo tanto, queriendo usar las palabras de San Carlos, '«hemos utilizado hasta ahora mucha diligencia para que todos y cada uno de los fieles de Cristo deben estar bien instruidos en los rudimentos de la fe cristiana»'[1]; y también sobre esto hemos escrito una encíclica especial, como tema de vital importancia[2]. Pero, aunque no queremos repetir lo que, ardiendo en un celo insaciable, deploraba Borromeo, «haber obtenido hasta ahora muy poco en una cuestión de relevancia», y como él, «movido por la dimensión del negocio y del peligro», querríamos también inflamar el celo de todos; para que, tomando a Carlos como modelo, concurramos, cada uno según su grado y fuerza, a este trabajo de restauración cristiana. Recuerden los padres de la familia a los maestros con qué fervor inculcaba el santo obispo constantemente que a los hijos, a los domésticos, a los siervos, no solo del den la posibilidad, sin que les imponga la obligación de aprender la doctrina cristiana. Los clérigos deben recordar la ayuda que en esta enseñanza deben prestar al párroco, y estos procurar que tales escuelas se multipliquen de acuerdo con el número y la necesidad de los fieles, y que sean recomendables por la probidad de los maestros, a quienes se les den para ayudantes varones o mujeres de probada honestidad, del mismo modo que dispone el santo arzobispo de Milán[3].

Evidentemente la necesidad de esta educación cristiana ha aumentado, tanto por los cambios en los tiempos y costumbres modernas, como especialmente por aquellas escuelas públicas, desprovistas de cualquier religión, donde se tiene casi como diversión todas las cosas más santas, e igualmente están abiertos a la blasfemia los labios de los maestros y los oídos de los discípulos. Hablamos de esa escuela que se llama por suma injuria neutra o laica, pero no es otra cosa que la tiranía prepotente de una secta tenebrosa. Un nuevo yugo de libertad hipócrita que vosotros ya habéis denunciado intrépidamente y en alta voz, oh Venerables Hermanos, especialmente en aquellos países donde los derechos de la religión y la familia fueron pisoteados sin vergüenza, sofocada así la voz de la naturaleza que quiere que sea respetada la fe y el candor de la adolescencia. Para remediar, en lo que a Nosotros respecta, un mal tan grande, traído por aquellos que, mientras exigen obediencia a los demás

  1. Conc. Prov. V, Pars. I.
  2. Encíclica Acerbo nimis, del 25 de abril de 1905
  3. Conc. Prov. V, Pars I.