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Encíclica

recordando con San Carlos, "cuán alto debe ser el estudio y diligentísima sobre toda otra cosa, el cuidado del obispo en la lucha contra el crimen de la herejía"[1].

No es necesario, en verdad, recordar las otras palabras del santo que reseña las sanciones, las leyes, las penas impuestas por los Romanos Pontífices contra aquellos prelados que fuesen negligentes o remiso al purgar su diócesis del fermento de la praxis herética. Pero será bueno rememorar con una cuidadosa meditación lo que concluye: «Por lo tanto, el obispo debe persistir en esta perenne solicitud y vigilancia continua, de modo que no solo la enfermedad pestilente de la herejía nunca se infiltre en el rebaño a él encomendado, sino que aleje cualquier sospecha de ella. Y si después -lo que evite Cristo por su piadosa misericordia- ella se infiltrase, entonces, sobre todo, se ponga todo su esfuerzo para sea repelida muy rápidamente, y aquellos que estén infectados o sean sospechosos de esta peste sean tratados de acuerdo con las normas de los cánones y sanciones pontificias »[2].

Pero ni la liberación ni la preservación de la plaga de errores es posible, si no con una educación correcta del clero y del pueblo; ‘’porque la fe de lo escuchado, y lo escuchado de la palabra de Cristo’’[3]. Y la necesidad de inculcar la verdad se impone aún más en nuestros días, mientras que para todas las venas del estado, e incluso desde donde creemos menos, vemos el infiltrado de veneno, como una señal de que por todas las razones dadas hoy son válidas de San Carlos con estas palabras: "Aquellos que bordean con los herejes si no fueran estables y firmes en los cimientos de la fe, darían mucho miedo de que no se permitieran a sí mismos (demasiado fácilmente se apartarían de ellos en algún engaño de impiedad y doctrina arruinada"[4].Ahora, de hecho, debido a su facilidad, las comunicaciones han crecido, como todas las otras cosas, así como los errores, y por la libertad desenfrenada de las pasiones, vivimos en medio de una sociedad pervertida, donde no hay verdad ... y no hay conocimiento de Dios[5]; en una tierra que está desolada ... porque no hay nadie que lo sienta[6]

  1. Conc. Prov. V, Pars. I.
  2. Ibid.
  3. Rm X, 17.
  4. Conc. Prov. V, Pars. 1.
  5. Os IV, 1.
  6. Jr XII, 11.