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Acta Apostolicae Sedis, vol. 2 (1910), pp. 381-403
 
(Traducción)
ENCÍCLICA


A LOS VENERABLES PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS Y LOS OTROS ORDINARIOS, EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA


PAPA PÍO X


Venerables hermanos, salud y bendición apostólica

Lo que la palabra divina proclama varias veces en las Sagradas Escrituras: que el justo vivirá en memoria eterna de alabanza y que él también habla después de la muerte[1], se verifica sobre todo por la voz y el trabajo continuos de la Iglesia. Esta, de hecho, como madre y nodriza de la santidad, siempre rejuvenecida y fecundada por el aliento del Espíritu Santo, que habita en nosotros[2], ya que ella sola genera, nutre y cría en su seno la noble familia de los justos, también es el más solícita, casi por instinto de amor maternal, en persevervar su memoria y revivir su amor. De este recuerdo, ella recibe un consuelo casi divino, y retira su mirada de las miserias de esta peregrinación mortal, mientras ya ve en los santos su alegría y corona, reconoce en ellos la imagen sublime de su Esposo celestial, e inculca a sus hijos, con un nuevo testimonio, el antiguo dicho: Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio[3]. Sus gloriosas obras tampoco tienen éxito solo en la comodidad de la memoria, sino a la luz de la imitación y de la fuerte incitación a la virtud por ese eco unánime de los santos que responde a la voz de Pablo: Sean mis imitadores, como yo soy de Cristo[4].

  1. Sal CXI, 7;Pr X, 7;Hb XI, 4.
  2. Rm VIII, 11.
  3. Rm VIII, 28.
  4. 1 Co IV, 16.