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bastante. Se me quejó de esto. Envíeme la tela le dije, ya veré si puedo procurarle algo me- jor. Teníamos que dar por aquellos días una nueva fiesta en el teatro, y aproveché la magní- fica tela roja para adornar con ella a mis acto- res. En cuanto al capellán, no le di nada; fué olvidado y tuvo que arreglárselas como pudo."


Domingo 16 de noviembre de 1823. *

Goethe sigue sin mejorar. La gran duquesa le envió, por conducto mío, algunas hermosas me- dallas, esperando que su contemplación pudiera distraerle y animarle. Goethe recibió con visible gozo esta delicada atención de la princesa. Se quejó de que sentía en el lado del corazón el mismo dolor que había precedido a su grave en- fermedad del pasado invierno. "No puedo tia- bajar me dijo, no puedo leer, y ni de pensar soy capaz más que en momentos felices de aii- vio."


Lunes 17 de noviembre de 1823.

Humboldt está aquí. Hoy estuve un momento a ver a Goethe, y me pareció que la presencia de Humboldt y su conversación habían ejercido sobre él un influjo bienhechor. Su mal no parece ser meramente físico. Más bien parece que la causa de su actual enfermedad es la apasionada

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