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de Goethe en Weimar, nos refirió la siguiente anéc- dota, muy característica:

"Estaba yo presente-dijo-cuando Goethe pro- nunció en 1784 su conocido discurso en la solemne inauguración de las minas de Ilmenau, a cuyo acto había invitado a todos los empleados e interesados de la ciudad y alrededores. Parecía saberse muy bien su discurso, pues habló un buen rato sin tro- piezo alguno y con gran soltura. Pero de pronto pa- reció que le abandonaba el espíritu bueno; se inte- rrumpió la cadena de sus pensamientos y daba la impresión de que había perdido la memoria de lo que aun le quedaba por decir. Cualquier otro se hu- biera visto en grave aprieto; él, no. Durante lo me- nos diez minutos miró con calma y firmeza en de- rredor suyo, en el círculo de sus oyentes, que esta- ban como magnetizados por el poder de su perso- nalidad; de manera que durante una pausa tan lar- ga, casi ridícula, nadie hizo un movimiento. Por úl- timo, volvió a apoderarse de su tema, continuó su discurso y llegó sin tropiezo hasta el final, con tanta soltura y desembarazo como si nada hubiera ocu- rrido."


Domingo 20 de junio de 1831.

Después de comer, media horita en casa de Goe- the, a quien encontré en la mesa todavía.

Tratamos de algunos temas de ciencias natura- les, y especialmente de la imperfección e insuficien- cia del lenguaje, que hace que se extiendan errores

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