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mitado a tratar de hacerme más inteligente y me- jor, de elevar el contenido de mi personalidad y luego declarar lo que había reconocido como bue- no y verdadero. Sin duda que esto, no quiero ne- garlo, ha ejercido sus efectos en un círculo amplio; mas éste no era el fin de mi actividad, sino su consecuencia necesaria, como ocurre con todas las acciones de las fuerzas naturales. Si hubiese he- cho fin de mi actividad de escritor los deseos de la gran masa y hubiese tratado de satisfacerlos, hubiera tenido que contarles historietas y bur- larme de ellos, como ha hecho el difunto Kot- zebue."

"Nada puede objetarse contra eso-repliqué-. Pero no sólo hay la felicidad que yo siento como individuo, sino la que me corresponde como ciu- dadano y miembro de una gran colectividad. Si no se toma como principio la consecución de la mayor felicidad para todo el pueblo, ¿de qué ba- ses ha de partir la legislación?"

"Si quiere usted ir a parar ahí-replicó Goe- the, tiene usted razón, sin duda. Pero sólo po- cos escogidos podrían hacer uso de su principio. Sería una receta para príncipes y legisladores, aun cuando me parece que las leyes más bien deben tender a disminuir el mal que pretender conseguir la felicidad."

"Ambas cosas-repliqué yo-vienen a parar a lo mismo. Los malos caminos, por ejemplo, me parecen un gran mal. Pero si el príncipe cons- truye en su Estado buenos caminos que lleguen

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