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de la imprenta, y puedo asegurar que todavía no he encontrado nada desagradable, y a veces he leído hasta cosas muy lindas. ¿Qué puede obje- tarse, verbigracia, contra la elegía de la señora de Bechtolsheim a la muerte de la gran duquesa madre? ¿No es muy agradable esa poesía? Lo único que podría decirse contra esta producción, así como contra la mayoría de las de estos jóve- nes escritores de diferente sexo, es que, como esos árboles llenos de plantas parásitas, tienen un ex- ceso de ideas y sensaciones que no pueden do- minar, y pocas veces saben contenerse y dete- nerse a tiempo. Eso le ha ocurrido también a la señora de Bechtolsheim. Forzada por el con- sonante, había introducido un verso que dañaba el efecto de la poesía, que lo destruía casi. Vi ese defecto en el manuscrito y pude aún corregirlo. "Hay que ser un práctico viejo-añadió sonrien- do para saber tachar bien. Schiller era gran- dioso en esto. Cuando editaba su Almanaque de los Musas le vi reducir a siete estrofas una poe- sía pomposa que tenía veintidós; por cierto, que la composición no había perdido nada por esta tremenda operación, pues las siete estrofas res tantes conservaban todas las ideas buenas y efi- caces de las veintidós."


Lunes 19 de abril de 1830. *

Goethe me refirió la visita de dos rusos que habían estado hoy a verle. "En conjunto, eran Cusco We Expe