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riamente la fantasía, gozosa, fresca e inocente de los niños, con semejantes impresiones de horror?


Lunes 5 de abril de 1830.

Es sabido que a Goethe no le gustan los an- teojos.

"Es posible que sea una excentricidad mía-me dijo en repetidas ocasiones-; pero no puedo re- mediarlo. En cuanto veo entrar en mi casa a un forastero con lentes sobre las narices me invade una impresión de disgusto que no puedo domi- nar. Me desconcierta de tal modo, que una gran parte de mi benevolencia desaparece en seguida, y mis ideas se trastrocan de tal suerte, que ya no puedo pensar en que vayan fluyendo tranqui- lamente; me parece que el forastero, a las pri- meras palabras, me va a decir una grosería. Y desde que hace algunos años he dicho pública- mente la antipatía que los anteojos me produ- cen, me molestan más aún. Cuando aparece un forastero con anteojos pienso en seguida una de estas dos cosas: no ha leído tus últimas poesías, y eso ya le favorece poco; o las ha leído, conɔ- ce tu prevención y se ríe de ella, y eso es peor aún. El único hombre que no me molesta con an- teojos es Zelter; en los demás no puedo sopor- tarlos. Me parece que le estoy sirviendo al foras- tero de objeto de especial estudio; siento que sus miradas acorazadas quieren penetrar en los más

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