tedes-dijo Goethe-que el amor es siempre un poco impertinente."
La conversación se desvió hacia Campe (1) y sus escritos para niños. "A Campe-dijo Goe- the sólo me lo he encontrado dos veces en mi vida. La última vez, a los cuarenta años de la primera, le vi en Carlsbad. Le hallé muy viejo, flaco, esquivo y seco. El no había escrito en su vida más que para niños; yo nunca había escrito para niños, ni siquiera para niños grandes, de veinte años; Campe no podía soportarme. Era para él una espina, una piedra de escándalo y hacía todo lo posible por evitarme. Pero la suer- te un día le trajo inesperadamente a mi lado y se vió forzado a cruzar unas palabras conmigo. "Tengo el mayor respeto-me dijo-por 'as fa- cultades de su espíritu. Ha llegado usted a una altura asombrosa en varias esferas. Pero todas esas cosas a mí no me interesan y no puedo dar- les el valor que otros les dan." Esta sinceridad, poco cortés, no me molestó y respondí a ella con palabras afectuosas. Y, realmente, tengo en gran estima a Campe. Les ha prestado increíbles ser- vicios a los niños; es su encanto, y, por decirlo así, su evangelio. Y, sin embargo, le castigaría de muy buena gana por haber escrito dos o tres historias espantosas y haber tenido el mal gusto de insertarlas en la colección de sus obras para niños. ¿Para qué ha de ensombrecense innecesa-
(1) Conocido pedagogo que escribió para los niños.
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