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tengo por qué quejarme de Napoleón. Estuvo ex- tremadamente amable conmigo, y trató el tema como podía esperarse de un tan grandioso es- píritu."

Del Werther, la conversación pasó a tratar de novelas y obras dramáticas en general y de su acción, moral o inmoral sobre el público.

"Sería extraño-dijo Goethe-que un libro pro- dujese un efecto más inmoral que la vida misma, que ofrece diariamente a nuestros ojos y nuestros oídos las más escandalosas escenas. Ni aun tra- tándose de niños hay que tener tanto miedo a los efectos que un libro o una obra de teatro puede producirles. La vida misma enseña más que nin- gún libro."

"Sin embargo-observé, se procura no decir delante de los niños palabras que creemos que no deben oír."

"Esa conducta es muy laudable-replicó Goe- the; yo también procuro hacer lo mismo; pero creo que tales precauciones son perfectamente in- útiles. Los niños tienen, como los perros, un ol- fato tan fino y tan sutil, que todo lo huelen y descubren, y singularmente lo peor. Saben tam- bién perfectamente en qué relaciones están sus padres con cada uno de sus conocidos, y, como por regla general, no conocen aún el disimulo, pueden servirnos de excelente barómetro para notar el grado de favor o disfavor que disfrutamos con los suyos."

"En una ocasión se había hablado muy mal de Dostess Pick