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tan más las canciones amorosas que las polí- ticas, en las cuales, además, no siempre entien- do las referencias e indirectas que contienen."

"Esa es cosa de usted-replicó Goethe-, y tampoco están escritas para usted las canciones políticas; pero pregúnteles a los franceses, y ya le explicarán lo que hay en ellas de bueno. Una canción política, en general, en el caso más fa- vorable, sólo puede considerarse como intérprete de los sentimientos de una nación, y la mayoría de las veces, de un cierto partido; pero, en cam bio, si es buena, la nación o el partido la acoge- rán con entusiasmo. Además, una poesía políti- ca no es nunca más que el producto de deter- minado estado de la época, que es efímero y qui- ta a la poesía, en el porvenir, el valor que el asunto pudiera prestarle. Pero Beránger traba- ja en circunstancias favorables. París es Fran- cia. Todos los intereses importantes de su gran patria se concentran en la capital, reciben de ella su vida y tienen en ella su eco. Además, la ma- yor parte de sus canciones políticas no interpre- tan tan sólo la opinión de un partido, sino que casi siempre los asuntos que trata tienen un in- terés nacional tan general, que la voz del poeta suena casi siempre como la voz del pueblo. En Alemania no sería posible nada semejante. No tenemos ninguna ciudad; ni siquiera tenemos un territorio del que pueda decirse con seguridad: Aquí está Alemania. Si preguntamos en Viena, nos dirán: "Aquí es Austria"; si preguntamos Zeros de Ca