cas litografías de Stuttgart, tan perfectas en su clase, como yo no había visto hasta entonces. Luego hablamos de asuntos científicos, y señaladamente sobre los progresos de la Química. El yodo y el cloro le interesaban de preferencia; hablaba de estas substancias con tal asombro, que pareció que los nuevos descubrimientos químicos le habían sorprendido inesperadamente. Hizo que le trajesen un poco de yodo, lo evaporó a la luz de una vela y no dejó de hacernos notar que el humo era violeta, lo que confirmaba satisfactoriamente una ley de su teoría de los colores.
En casa de Goethe, en una reunión de noche. Entre los presentes, el señor canciller von Müller, el presidente Pencer, el doctor Stephan Schütze y el consejero de gobierno Schmidt, el cual tocó con rara perfección algunas sonatas de Beethoven. También me proporcionó gran placer la conversación entre Goethe y su nuera, que, dotada de una gran alegría juvenil, une a su natural amable un ingenio poco común.
Por la noche, en casa de Goethe, reunión, a la que asiste el famoso Blumenbach, de Gottinga.