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MEMORIAS Y TRADICIONES 99

“Sólo perseguirá V. S. y batirá esa fuerza, si en vez de diri- sirse al Chaco avanza en nuestra propia dirección con el propó- sito de merodear en la provincia. Por lo demás, traiga V. S. a cuenta que en las legiones donde se lucha por la libertad, sería pernicioso el auxilio forzado de los pravos que hasta ayer sirvie- ron como voluntarios.”

Impuesto el coronel Sotelo de tales órdenes, montó a caballo y llevándome como ayudante, se adelantó hacia la columna ad- versa. ¡Como a cincuenta metros de ella, nos detuvimos. El jefe de los alzados, que si mal no recuerdo se apellidaba Ramírez, avanzó por su parte hasta nosotros. Hízole saber el coronel So- telo las órdenes que tenía, y su propósito de batir a los rebeldes si éstos las contrariaban. El comandante correntino, acumuló promesas, y concluyó más o menos con las siguientes palabras:

—-“Sí, coronel; es mejor que nosotros nos vayamos. Los con- trastes que últimamente han sufrido nuestra armas, nos hacen preveer dificultosa y muy larga esta lucha. Nosotros tenemos precisión de “aguantarnos viviendo” (textual) hasta el día en que muramos a la puerta de nuestros ranchos en defensa de nuestros hijos. Rosas no se dará por satisfecho hasta que no haga sentir en ¡Corrientes su saña sanguinaria. De esta provincia en que estamos, y que no parece habitada más que por “hombres zorros” (textual) no hemos de hacer más gasto que el del agua, donde la precisemos, y la carne que nos debe sustentar mientras crucemos sus campos. Que pierda cuidado el general Acha, co- ronel; por lo de “'merodear” no hemos de lancearnos”.

Y después de montar a caballo y dar un fuerte abrazo al coronel, gritó:

— ¡Viva el general ¡Acha! ¡Viva el coronel Sotelo! ¡HHueran los tiranos! ¡A nuestra tierra muschachos!... ¡A' nuestra tierra! ¡Hemos cumplido nuestra palabra, y el general Lavalle no está ya con nosotros!

Los ecos de aquellas voces turbaron por dos veces la soledad de los bosques.

Simultáneamente se tocó diana en ambas divisiones, que puestas en marcha, describieron un ángulo agudo, cuyo vértice arrancaba de aquel campo, testigo de una de las escenas hasta hoy menos conocidas de aquella campaña.

En las instrucciones dadas al general ¡Aicha por ei general en jefe de los ejército libertadores, cabía la ocupación de la Pro- wincia de Santiago del Estero por todo e] tiempo que determina- das circunstancias lo demandasen. El Cuartel General debía es- tablecerze en la capital o en sus inmediaciones, y de allí se pon- drian en movimiento ligeras divisiones con la misión de disolver las chusmas que Ibarra mantenía en toda la campaña. El pro- pósito del general Lavalle al librar esas disposiciones, no se concretaba simplemente a mantener en jaque al tiranuelo de Santiago, obligándolo a preocuparse de su propia Provincia e inhabilitándolo, por consiguiente, para prestarse como elemento auxiliar de los ejércitos de Rosas; entrañaba también la idea de constituir la citada Provincia en preferente proveeduría de ba- ciendas. Era preferible hacer sentir este gravámen sobre San- tiago, que se había mostrado hasta entonces hostil, antes que sobre otras provincias que tan patriotas como generosas se ha- bían manifestado.