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El argumento que se desarrolla en estas páginas, tiene por primer escenario la ciudad de Buenos Aires. Termina en aquel memorable campo inmediato a los suburbios de la misma, en otro tiempo sembrado de toscas rancherías, a través de cuyos li- geros techos al aire de la pampa dilata los postreros ayes de las víctimas inmoladas por el tirano Rosas.

A media cuadra antes de llegar a la calle de Córdoba, ade- lantando por la de Florida en dirección hacia el Norte, existía por el año 35 una pequeña habitación ocupada por una señora viuda, madre de dos varones y una niña. El mayor de aquéllos se llamaba Leonardo, al cual desde ya debe conocérsele con su apellido de Bello, y entre quien y el que esto escribe, mediata una amistad franca y estrecha; se querían como hermanos. So vinculaba también a esta amistad un muchacho llamado Gerva- sio Espinosa, hijo del ya difunto General de aquel nombre, y primo hermano del autor de estos apuntes. Vecinos y condiscí- pulos, los tres amigos contaban con sobrado tiempo para verse y entregarse a las expansiones propias de su edad, en las que IÓN a definirse ya el carácter y las inclinaciones de cada cual.

Era Gervasio un muchacho cuyo genio travieso rayaba en locura, adversario gratuito de los empresarios del alumbrado pú- blico, a quienes recargaba mensualmente los gastos a fuerza de sólo dejar el armazón de los faroles de las esquinas. Era tam- bién la pesadilla de los sastres, que por aquel tiempo tenían por costumbre colocar los braseros a la puerta de sus talleres. A és- tos solía combatirlos Gervasio montado en un petizo corredor. 'EEspiaba el momento en que la calle estuviera sola, y atropella: ba la sastrería elegida dejando caer un cántaro de agua sobre el fuego y las planchas, o haciendo rodar brasero, planchas y bra- sas, al bote de un largo palo esgrimido «como lanza. Estas diver- siones valiéronle a Gervasio, muchas veces, zurras públicas, pe- nitencias serias en la escuela, algunos arrestos en la policía y constantes reprensiones de sus padres, que desesperaban de co- rregir al niño.

¡Leonardo era un tipo de género absolutamente opuesto; y pues que el niño de aquel entonces viene a ser más tarde el es- forzado ciudadano que simboliza la índole especial de la juven- tud de su época, preciso es presentarlo más circunstanciadamen-

te que al primero. Había en la fisonomía de Bello una expre- sión de suavidad, que se armonizaba con la mirada de su gran- des ojos negros, de pestañas rizadas. Sobre su frente alta, blan- ca y despejada, alzábase enosrtijado su cabello, que deslindado por dos grandes entradas coronaba su cabeza. De sus labios del- gados no se desprendía nunca la palabra impetuosa ni la expre-