MEMORIAS Y TRADICIONES 91
allá otras, todas jadeantes, despavoridas, tristes, como protestan- do contra su largo e inútil martirio. A sus mugidos les hacían coro los gritos y las carcajadas de la chusma desenfrenada, pues el entrevero era ahora completo; el palco había quedado vacío y los indios habían invadido el recinto y en él se debatían con sus víctimas, casi todas caídas ya.
¡Aquí entraba a figurar la reserva: las indias, que mal cu- biertas de harapos habían presenciado la función desde el prin- cipio. Las entrañas de las reses estaban humeantes, a la vista, y sobre ellas se precipitaron las mujeres, disputándose las achu- ras. La batahola, entrecortada de voces quichuas y aymaraes, producía a un mismo tiempo asco y horror...
Mujer hubo que salió de aquel entrevero de bestias carnivo- ras, con un ojo casi reventado. ¡A este precio había pagado la vejiga de una res, que se llevaba triunfante a su pocilga.
¡A tal extremo de miseria moral y material, estaban reducidos los indios infelices!
Referiré mi viaje hacia La Paz en un próximo libro.
Las contrariedades que empiezo a sufrir desde mi arribo a aquella capital, demandan por su encadenamiento una relación no interrumpida. Trataré de hacerla en el libro IV, pues mis Ye- cuerdos me darán todavía material para escribir tres libros más.