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MEMORIAS Y TRADICIONES o

del capataz, que acabó por darle tres reales bolivianos. Aquel indio había restituido al árria la mula cargada de oro, que d rante la noche anterior se extraviara entre los médanos de travesía, y cuya ausencia había yo señalado.

No quiere esto decir que todas las tribus de indios sean igual- mente escrupulosas, en cuanto a apoderarse de lo ajeno. Algu- has hay tan listas para robar, que serían capaces de competir con los mismos ladrones de Londres, en aquello de despojar a un individuo de las medias sin sacarle los zapatos.

Dos horas después de habernos quitado las espuelas, preson- tóse a la puerta de nuestro alojamiento un cholo. Era el capa táz de Sánchez que había salido con posterioridad a nosotros, conduciendo una mula cargada; la factura entró a la habita- ción, y las cuatro bestias detenidas a la puerta fueron a un co- rral de piedra colocado a espaldas de la caseta. Todo estaba previsto. A las ocko de la noche un indio llegó, conduciendo dos burros cargados de cebada verda y sazonada.

El agua hervía sobre el brasero que suplía a la estufa. Ce- namos, y nos dispuusimos a descansar. El cholo y el indio ee acurrucaron en un rincón del pircado, después de haber prepa- rado una buena cantidad de brasas de estiércol de llamas quo se llama por allí leña de taquía (1).

—Usted dormirá aquí, don Pedro—díjome Sánchez desdo- blando un catre de tijera que contenía dos espesos colchones, sá- banas limpias y frazadas.

Resistí el ofrecimiento, pero insistió Sánchez; volví a la resis- tencia, y Sánchez empleó mayor porfía. Tuve que ceder, sin que ello me contrariase allá en mis adentros. Aquella noche, como las subsiguientes, fueron verdaderamente polares. Nunca he sentido tanto frío como entonces.

Antes de apagar la vela que iluminaba el cuarto (y de las cuales habían venido varios paquetes en la carga recién llegada), Sánchez, que hasta entonces no me había explicado por completo la calidad de sus negocios, ni la forma en que los llevaba a ca- bo, me dió informes sobre el punto:

—De las mismas mercancías que tengo en mi casa de negocie en Orán—me dijo—introduzco anualmente una regular factura en Bolivia. Esto me demanda mayor gasto y movimiento que si las destinase al interior de la república, pero en cambio su realización es más rápida y las ganancias casi dobles. Recorro las minas de los departamentos más afamados en cuanto a labo- Teo de metales, y allí, a la puerta de los socavones, expendo la mayor parte de mis mercancías al contado, negociando el resto a buhoneros, que mediante segura garantía, me cubren la deuda al vencimiento de plazos estipulados. Justamente para eso tengo aquí esta caseta. Aquí me traen o me remiten mis deudores la cancelación de sus cuentas, evitándose, aquellos que residen a largas distancias, la molestia de alargar su viaje hasta Orán. Se ma busca entre estas breñas como a un tendero de Salta ante su mostrador. Muchos indios que antes se dirigían a aquella capital a realizar la venta del polvo y las pepitas de oro que pir- canean en lugares ocultos, ahora encuentran en mi casa provi-



(1) Los indios que se ocupan del patoreo de las haciendas lana- res, acumulan con prolijidad en el terreno destinado a rodeo, la dicha materia, que al estar seca distribuyen en pequeños farditos, megociables en las aldeas y a voces hasta en las ciudades.