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MEMORIAS Y TRADICIONES 17

inacabables de flores de toda especie, nacidas espontáneamen- te y multiplicadas todo el año. He tropezado inopinadamente con la ¡Danta arisca, conocida en lo general con el nombre de la Gran Bestia, oriunda de nuestra América. He admirado en una templada noche de primavera, la deslumbrante luz de un meteoro, cuyo foco no presentaba en apariencia al correr por el espacio, menos volumen que el de la mitad de la luna. Aquella gigantesca luminaria errante, dejó una estela de púrpura y cris- talino azul, a cuyo resplandor se hubiera podido leer en un libro. Bosques inmensos dentro de los cuales se pastorean ganados d toda especie; campos abiertos y pastosos donde abundan est; cias establecidas a manera de las que pueblan la campaña de Buenos Aires, de esas bien servidas y mantenidas, a propósito para mejorar la condición de muchos trabajos rurales: fincas des- tinadas a servir de invernaderos, y terrenos dilatados cubiertos de plantíos de caña de azúcar; rios que riegan con abundancia la región: con todo eso cuenta Salta; de todo eso se halla rodea- do Orán.

Una mañana tuve deseo de tomar leche cruda; mandé buscar la cantidad que dieran per medio real, y me trajeron un balde lleno. Como yo me sorprendiera de tal abundancia, se me dijo, que allí la cantidad que habitualmente se daba por aquel precio era el contenido de balde y medio.




El negocio de Sánchez, en Orán, consistía en el comercio de mercaderías generales. Era, además comisionista. Su casa de comercio hallábase situada en la Plaza, y se proveían en ella almaceneros, personas pudientes y un número crecido de mar- <hantes avecindados en Bolivia, con los que, como se sabrá luego, mi amigo se entendía personalmente. Dos días después de haber llegado al pueblo, nos pusimos en camino hacia la frontera. Y pues que más adelante se me ba de hacer necesario traer a memoria ciertos lugares, no está demás determinar desde luego su ubicación. :

¡Al Oeste de Orán, y como a ocho leguas de distancia de la villa, hállase el pequeño lugarejo de San ¡Andrés, situado, si mal no recuerdo, sobre la frontera de Jujuy. La marcha hasta alli, debía hacerse a través de parajes variados y pintorescos, por un camino de empinadísimo ascenso. Al norte de San Andrés, atra- viésase de O. a E. la imponente lAbra de Zenta, después de la “cual, adelantando siempre al norte, va el viajero a parar a los hermosos campos de ¡Concepción de Suipacha. Después de sal- var la última cadena de montañas argentinas, hállase una honda quebrada en la que flamea el pabellón boliviano. En esta que- brada estaba situada la habitación de Sánchez.

Llegados al umbral de aquélla, Sánchez sacó del bolsillo un pequeño instrumento de madera, introdújolo en un agujero de la puerta de la cabaña, abierto en el local en que de ordinario se coloca la cerradura, lo hizo funcionar y la puerta se abrió. Era ésta de.cuero de buey despojado del pelo, y laboriosamenté colocado sobre un marco de madera. En Toconao había admi- rado la capacidad hidráulica que distingue a los indígenas de aquel lugar; aquí me llamó la atención, la habilidad mecánica de los chiriguanos.

Sánchez notó la atención con que yo había presenciado la apertura de la puerta, y me dijo sonriendo: