MEMORIAS Y TRADICIONES 75
—A pie, señores y adentro—dijo Revilla, y alzando la voz, añadió—¡Juanita! ¡Juanita!, ya tenemos con quien almorzar!
A una de las puertas salió una joven como de veinte años. Toméla por hija del señor Revilla, y la saludé como a señorita. Estaba equivocado. La joven Juanita era la esposa de Revilla. Hacía dos años que aquella pareja se había desposado, lleván- dole Revilla a su consorte, para “equilibrio del consorcio”, la friolera de treinta años. Verdad es también que, como contra- beso, debía contarse la inmensa fortuna del marido. Por lo de: más, y en cuanto a la figura de ambos cónyugues, el contraste no podía ser más acabado: Juanita añadía a su cara de ángel la cintura de una sílfide, mientras que su esposo ostentaba el más pronunciado abdómen que jamás haya cargado criatura humana.
Aun cuando la comparación sea imprudente, por cuanto tiene de grosera, preciso ha de serme emplearla, salvo los respetos del lector: el buen señor remedaba con su vientre, el de una cerda preñada; cosa que no impidió jamás que hallaran en él, cuantas personas le trataran, la bondad más exquisita y el genio más apacible. ¡Dentro de su rústica mole, se albergaba un espíritu superior. Aquella tosca y áspera envoltura guardaba un alma excepcionalmente selecta.
La visita debía durar tan solo un día, pero pasaron cinco y ni el dueño de casa por su parte ni yo por la mia, hablábamos de partir. Fué necesario que Sánchez recordara la urgencia que tenía de no dilatar más su arribo a la villa, para que el señor Revilla se decidiera a dejarnos marchar, después de tres días más de residencia a su lado.
—-Usted no debería irse, ¡Echagúe—me deciía—y Sánchez hace muy poco en mi favor, no aconsejándole que nos acompañe si- quiera unos dos meses.
Sánchez contestaba:
—Si mi compañero prefiere quedarse, yo me resigno, pues si bien echaré de menos su compañía, habría egcísmo de mi parte en querer violentar sus preferencias.
Tuve que resolver la cuestión decidiéndome a acompañar a Sánchez hasta su solitaria mansión de Bolivia, desde donde regre- saría a la hacienda del señor Revilla, tan luego como el primero volviera de su viaje.
Arregladas así las cosas, Revilla dij
—Areptada la combinación. ¿Cuánto tiempo requerirá el viaje redondo de Sánchez?
—-Unos dos meses y medio—respondió éste.
— ¡Famoso! —continuó Revilla.—Ese es precisamente el tiem: po que invertiré en preparar una factura de azúcar para un se- ñor Villamil, comerciante en La Paz. El negocio no se redu- cirá a esto únicamente, y habré de precisar una persona que me represente. ¿Quiere usted, Echagie, aceptar desde ya mi repre- sentación ?
Gratamente impresionado por la proupesta, la acepté agra- decido, cosa que pareció complacer a Revilla. Y como yo expre- sase mi gratitud por la ayuda que tal comisión represeniata pa- ra mí, en las condiciones en que encontraba, el excelente señor repuso:
—Mi vicio, amigo mío, consiste en hacer el bien siempre que puedo.
El recuerdo de mi tacaño tio de Nuñoa se cruzó rápido en ese instante por mi mente.
—:¡Qué diferencia! —pensé .