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MEMORIAS Y TRADICIONES 3

tre las suyas, y el oído sobre mi corazón. Mis sienes, mi vientre, mi frente, mi hálito, todo lo examinaba. ¡Le eché una mirada ansiosa, registrando azorado aquel primer cuadro de mi nueva existencia. Los miembros de la familia estaban desolados: unos me alumbraban, otros me tanteaban los pies, otros me aumen- taban las cobijas y todos me lloraban. Pero una sonrisa de satisfacción asomó al semblante de Eguren, quien comprimiendo mi pulso, me dijo entre amable y enojado:

— ¡Es una barbaridad, Pedro, lo que has hecho!

¡Comprendí que estaba en descubierto.

Marta, que lloriqueaba en un rincón, se apresuró a darme satisfacción a su modo.

—A mí me han “coscorroneado” y me iban a “coscorronear” más si no descubría lo que había sucedido...

Eguren volvió a sorreirse. La singular mejoría en que me hallaba, le produjo un entusiasmo que no pudo turbar con la acritud que merecía mi imperdonable desatino.

El contento volvió al ánimo de todos. Las mujeres habla- ban y hablaban sin puntos ni comas, todas a un tiempo, todas apresuradas, todas de lo mismo, todas chillonas como las coto- Tras, y cada una de ellas aseveraba que las cosas iban saliendo según cada cual las tenía previstas.

¡Mi temeridad afortunada abrió brecha en el implacable tra- tamiento a que me había tenido sometido el médico, y desde el siguiente día mi alimentación comenzó a ser más confortable. Débanseme por día tres o cuatro pocillos de agua de saúco ter- ciada con leche, dos de caldo y una rebanada de pan francés. Mis piernas empezaron a perder el disforme volumen que las asemejaba a dos monstruos que devoraran el resto de mi cuerpo, y antes de un mes la aplicación de las compresas se hizo inne- cesaria. Cuarenta días más, y ya me hallaba, a juicio de Egu- ren, fuera de todo peligro. La limpieza de la materia prestaba saludable energía al desarrollo de la inteligencia, y todas mis facultades parecían funcionar con mayor expontaneidad. Desea- ba tener alas para volar, verlo «todo, estar en todas partes, abra- zar a mi madre y hermana, y ser otra vez soldado en los gran- des combates que muy luego iban a darse contra el tirano. Egu- ren seguía visitándome: la oficiosidad del facultativo se había convertido en una necesidad del amigo, y yo tenía ocasión de saber por él las nuevas que circulaban.

Habíame prometido presentarme un joven español, que se- gún el mismo Eguren, deseaba conocer al mortal que con tantas probabilidades de ser arrebatado por la muerte, había consegui- do burlarse de ella. ¡La presentación se efectuó cierta mañana, y nuestra relación quedó establecida. En la juventud la amistad es un afecio espontáneo; se produce por atracción” recíproca y no necesita preámbulos. Se parece al perfume de las flores: llega hasta nosotros por su propia virtud.

¡En una de las visitas que me hiciera este nuevo amigo cuyo nombre era Manuel Sánchez, tuvo la deferencia de hacerme una prepuesta que, en mi situación, hallé aceptable. 'Mi dominante deseo consistía en pasar cuanto antes al litoral; pero ni contaba con recursos para ello, ni Eguren era de parecer que me aventu- rase a sufrir los inconvenientes de un viaje largo, para empren- der sin demora la fatigosa vida del soldado. Necesitaba, según él, aire puro, reposo, alimentación sana y método para completar mi restablecimiento.

—Yo deseo, Echagiúe, que usted se venga conmigo—me de-