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MEMORIAS Y TRADICIONES 7

canto del jilguero y la calandria empezaba a anticiparse al ale- gre tañido de la campana que llamaba a los úevotos a la misa uel alba; y aunque inmóvil en mi lecho, sentía caer en esas horas sobre mi corazón un dulce aliento que espandía mi alma en el infinito, malgrado los quebrantos de la materia.

Mi mejoría empezó a ser manifiesta. ¡La planta extenuada y marchita enderezaba su tallo. Nueva savia la reanimaba. En- tre las caritativas personas que componían la familia a cuya asistencia estaba librado, había una niña como de siete años, des- tinada exclusivamente a mi reparo durante las horas en que los yuehaceres de la casa requerían la atención de las demás per- sonas.

Empezaba, pues a sentirme mejorado y con fuerzas para rein- “orporarme a la vida externa. Volvía a ella como refundido por el largo viaje en que tanto había bordejeado por los alrededores de la tumba; y quiso mi suerte que la criatura con quien debie- ra cruzar mis primeras palabras, fuese la temprana compañera que me había guardado durante seis meses.

Recuerdo que una hermosa mañana de los últimos días de agosto, trabamos ambos el siguiente diálog:

—i¡Marta!—(tal era el nombre de la niña).

— ¡Señor!

—«¿Sabes que tengo hambre?

—Yo también,

—«¿Y qué comerías ahora?

—-¿Yo? Queso o maní.

—:¡0h, maní... maní!... Es un entretenimiento muy sabro- so al paladar. El queso me haría daño.

—Y el maní también,

—Pues creo lo. contrario: el maní demanda ser extraído de la celdilla en que se guarece, y entre pelario y comerlo se em- plea doble tiempo que en comer cualquier cosa, y yo debo en este caso preferir lo que mejor me entretenga a lo que más me satisfaga.

—-Para eso, aun cuando no se pela, mejor es la chancaca, señor.

—Y mejor que la chancaca, Marta, es la chancaca acompa- ñada del maní.

—- ¡Oh, si pudiéramos comer las dos cosas!

—Podemos.

—¿Cómo?

—Si mal no presumo, las patronas se hailan fuera de casa; he alcanzado a divisar atravesando el patio en dirección a la calle...

Marta concluyó la frase diciendo:

—¿A mamá y mis tías? Sí, han ido a la iglesia; ayer fué el santo de mamá y no pudieron hacerlo porque tuvieron visitas desde temprano.

— ¡Ab! han ido a cumplir con la iglesia porque ayer... Y dime, Marta, aquel olor a guiso y pichones asados...

—No era olor a pichones asados, señor, sino olor de un lechoncito relleno.

Suspiré con la melancolía de quien comprueba que se le escapa la ocasión de «conquistar una fortuna. Yo que apenas había percibido el olor...

—«¿Y tuvieron el coraje, Marta—añadi—de comerse todo el lechoncito?

—No señor, ahí en la alacena de la pieza de al lado, hay tóda