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PEDRO ECHAGUEZ Iv

Ei sol ya hace rato que alzóse radiante del trono esplendente

que él mismo se forma de un rayo brillante que envía delante

al éter, aun antes que pueble el oriente.

¡Con ávidos ojos registra el viajero la inmensa distancia,

buscando un indicio o un rasgo ligero, que anuncie el primero,

el fin del desierto que es toda su ansia.

La cresta imponente del Misti gigante de nieve adornada, es punto atractivo do va a cada instante su vista vagante después que la anchura registra, y no hay nada.

Por último, en faja de azul ceniciento, distingue d: un monte

la larga cadena que a guisa de asiento sirve al firmamento

y a la mar imita formando horizonte.

Risueña esperanza concibe a su aspecto nuestro hombre viandante, y en tanto a occidente su curso directo el sol lleva recto con marcha en que aumenta su acción rutilante.

Calor excesivo por grados va haciendo; calor insufrible

que vaga en los aires que corren ardiendo; calor que va siendo

del suelo en la arena cual fuego terrible.

Mas vense otros polvos, se siente un cencerro, distínguense yeguas...

y al rudo sonido del cóncavo fierro que atrasa ya un cerro,

se dice el viajero: “sabré cuántas leguas”...

v

Cira árria es la vista, pero árria de cuenta, que mulas erguidas

las cargas conducen en más de cincuenta, y el lujo se ostenta

hasta en los enjalmes con que van vestidas.

Los hombres empleados de esa árria en el viaje no vienen tan solos,

ni viajan expuestos a pie en tal paraje; su estilo y su traje

no son los del indio, su casta es de cholos.