MEMORIAS Y TRADICIONES 51
tanto sobre los destinos de latierra argentina, como para que sus hijos todavía en armas contra la tiranía, tengan que emigrar al extranjero, cuento con que, a no morir, me escribas o me bus- ques en lrequipa, a donde voy expresamente a establecer un negocio con conocimiento de mi familia, hoy residente en La Paz”.
El ofrecimiento, como se ve, no podía ser más oportuno. En la misma carta hacíams saber Emeterio cómo había podido averiguar mi paradero. Lo había descubierto por otro de los tantos proscriptos que cruzaban en todas direcciones los pue- blos situados sobre el Pacífico, y que me sabía en (Chile.
Otras instrucciones contenía la 'a aquella. Mi amigo me desía, que si me cuadraba aceptar sn ofrecimiento, me entre- vistase con el patrón de una barca española, la “Eleonora”, próxima a llegar a Valparaíso, con cuyo propietario, un señor Toribio Gonzalo, había tenido él la previsión de ajustar antici- padamente un pasaje. Este simple documento, la carta, pre- sentado por mí a Gonzalo, bastaría para que se me condujera al puerto de Islai, así que, realizada en Valparaíso la factura con que efectuaría su retorno, se hiciera de nuevo el barco a la vela.
El contento que produjo este mensaje en el ánimo del coronel, excedió en mucho al que yo propio sentía. Hacía bastantes días que lo observaba algo triste, y de ello había deducido que se hallaba contrariado por circunstancias para mí ignoradas.
Así era la verdad.
—Mira, muchacho—me dijo—esta carta viene a quebrar por completo nuestra mala situación. Yo he debido marcharme ya a Montevideo, pues para ello cuento con los recursos que por repetidas ocasiones me ha prometido nuestro viejo paisano el canónigo Navarro; pero ante la consideración de que en nues- tro mísero estado, mi ausencia sería motivo para empeorar el tuyo, he dado al diablo la idea, sintiendo no obstante como un peso sobre el alma, el no poder realizarla. Pero ahora que tú
te vas... Porque supongo que te irás, ¿no es así?
—i¡SÍ, me iré! —contesté con la firmeza de una resolución inquebrantable. e
—Pues bien, a la obra.
—i¡A la obra!
Dos días después, un aljabibe de los que tanto abundaban en Santiago por aquellos tiempos, trasladaba a su camaranchón nuestros trastos vendidos al precio que el comprador quiso dar. Mi equipaje quedó reducido al traje que llevaba puesto y una muda de rcpa interior, con el apéndice de un corbatín de colores. Para que la carga no resultara más pesada, acomodé dichas prendas dentro de una caja de cartón.
El resultado de la venta, previo descuento del valor de po- queñas deudas a cubrirse, me fué adjudicado. Habilitado por el canónigo Navarro, el coronel quiso que yo aceptara lo que por liquidación le correspondía. La vieja cocinera cargé con las pie- zas correspondientes al servicio culinario y algunos reales que se le debían.
Llegados a Valparaíso, cuatro días antes de la noche del incendio a que antes me referí, el corone] tuvo apenas tiempo para permanecer en tierra 48 horas. Un vapor lo alzó de las costas del Pacífico, para ir a dejarlo sobre las playas del Plata, desde donde se trasladó inmediatamente a la plaza de Montevi- deo, baluarte homérico por aquella fecha, en resistencia contra el formidable ejército de los opresores de nuestra patria. Afilia- do Torres entre los bravos que constituían la defensa de la