MEMORIAS Y TRADICIONES 47
Es que yo pretendo tanto—continuó el coronel—que en mi ambición por tu bien no me contento con poco.
—¡Vaya una ambición!, añadí, tratando de reaccionar contra mi primer desencanto.
El hecho era que el coronel se había entrevistado con mi tío, quien lo recibió cordialmente y escuchó con atención su pedido de protección para el joven pariente proscripto. Luego le había entre- gado una especie de cuestionario, al cual yo debía contestar por escrito. Sólo entonces tomaría mi tío una decisión. Comprendí, por la desconfianza que este cuestionario implicaba, que nuestras esperanzas iban a quedar burladas. Sin embargo, hallé prudente reservar por el momento mis presunciones. Cuando eu la noche de aquel mismo día volvió a casa el coronel, la carta-cuestionario estaba ya contestada y lista.
—Bien, muchacho—dijo cuando la hubo leído; pasado mañana iré a llevársela,
Cuatro días después, estaba nuevamente de regreso de Nuñoa mi infatigable agente. La contestación no era, por esta vez, un nuevo interrogatorio. (Concretábase a hacerme saber que el hijo de mi tío, primo y tocayo mío de nombre y apellido, bajaría aquelia tarde a la ciudad, expresamente para visitarme.
¿Daban o no motivo a desfavorables conjeturas, estas idas y nidas, estos formulismos y estas precauciones de un poderoso pa- nte, para responder a la solicitación de apoyo de un muchacho desamparado en tierra extraña?
Efectivamente, a las cinco de la tarde, se presentó en nuestra hebitación mi joven primo.
Era este de una agradable figura, semblante expresivo y mane- ras cultas. E
El coronel había salido.
—Mi padre—me dijo el primo—me. ha encargado le haga a usted saber...
—¿A usted?...—repuse interrumpiéndole, ¿no somos primos?
—Si, pero.
—Pero, ¿qué?... “
—Como todavía no hay confianza entre nosotros...
—La confianza entre los hombres—repliqué con vehemencia— siempre ha estado en relación con los vínculos que los une, y los de la sangre...
—Tienes razón; acepto la objeción, y te trataré como tú me tratas.
Luego me presentó una diminuta caja de cartón, diciéndome:
—Mi padre me ha encargado que te entregue esta friolera para que te remedies por lo pronto. Ha quedado plenamente disi. pada cuanta duda pudo abrigar antes de recibir tu carta, y se dis- pone a darte una prueba de buena voluntad. Te alojará en casa, tan luego como se hallen concluídas dos piezas que actualmente -se construyen.
No sé como tuve pídos, y aún tengo. memoria para recordar tai declaración, pues mi pensamiento estaba ocupado en formar con- jeturas respecto al contenido de la cajita.
—¿Será oro?—preguntábame dentro de mí; pero si fuera oro pesaría más... ¿Será alguna prenda de valor que se me regala en prueba de cariño y amistad? Pero si fuera un regalo no se me indi- caría que me deshiciera de él, para remediarme por lo pronto...
Pasé diez minutos en la más quisquillosa' curiosidad. Hubiera deseado: que el caballo del primito huyera, o que un temblor reme- ciera las paredes para ver salir la visita, quedándome con el regalo
Y