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MEMORIAS Y TRADICIONES 45

Entre tanto, el salón empezaba a poblarse. Los ministros entra- ban en funciones y los oficiales de oficina removían papeles. No faltaron curiosos que se fijaron en mí, como asombrados de mi largo diálogo con el presidente.

—Pues bien, querido Echagie, díjome el general; le he llama- do a usted para manifestarle que estoy dispuesto a hacer en bene- ficio suyo cuanto me hubiera sido posible hacer en mi posición por su padre de usted, si vivo aun y rodando porestos países, hubiera llegado hasta mí. Mi residencia ordinaria téngola fijada en Cocha- bamba; alí vivieron mis abiúelos, allí vivimos hoy sus descendien- tes; en los campos de aquella provincia están radicados nuestros intereses, y en la capital guardan mi hogar dos hermanas ancianas, Ese hezar puede ser el suyo, si usted decide aceptarlo. En vez de una, tendrá dos madres, que, mientras usted no pueúa propor- cionarse algo, vivirán satistechas de proporcionárselo todo; pero como a la edad de usted el corazón no late sino bajo el imperio de las ambiciones, yo me haré cargo de satisfacerle aquéllas que estén a mi alcance. Quédese, Echagiie, en Bolivia; aquí obtendrá usted una excelente posición.

Pero ya lo he dicho; mis oídos estaban sordos al sano consejo, como suelen estarlo los de los enamoradoS, que solo oyen la voz de su capricho. El viaje a Chile ocupaba mi fantasía a todas horas. Así, pues, agradecí con efusión sincer los ofrecimientos del general; mas sin aceptarlos. Este insistió inútilmente, y por úitimo, ante iwi terquedad, desistió de convencerme; no sin tener para conmigo un último rasgo de generosidad que mi gratitud debe consignar. Una hora después de retirarme de su despacho, presentóse en mi alojamiento un sirviente que me traía ciento cincuenta fuertes, en nombre del presidente.

Quise, ante todo, contar con un buen vestido en mi equipo de viajero, y a los ochos días ya era hombre de frac. Así pude pasar a despedirme del general y a agradecerle en persona su ayuda, con una indumentaria digna del protector y del protegido.

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Algunos días después, dejábamos a nuestra espalda el desierto de Atacama, y nos embarcamos en el puerto úe Cobija, en un velero bergantín norteamericano.

Ibaimos juntos en aquel viaje, el general chileno D. N. Freire, y los argentinos siguientes:

Excoronel don Prudencio Torres, ya muerto.

Excoronel Piris, ya muerto.

Don Pedro Lacasa, ya muerto.

Un señor Mautiño, ya muerto.

Un señor Cuitiño, ya muerto.

Un exsargento Córdoba, ya muerto.

Un señor Juan Rivas, ya_muerto.

También ha muerto ya el general Freire.

De aquel grupo, quedamos todavía sobre el mundo don José María Miró, avecindado en Buenos Aires, y yo.

Diez y ocho días empleamos en llegar a Valparaíso; no sin que algunos contratiempos particularizaran el viaje. Navegábamos una tarde a todo trapo y con viento fresco, cuando hallándonos a la altura de Juan Fernández, nos sorprendió un chubasco, apenas iniciado por una nubecilla, que, como diminuto y blanco lunar, se destacaba en los cielos. ¿Es que el capitán del bergantín estaba alegre en demasía, según la frecuencia con que bajaba a la cámara