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28 PEDRO ECHAGUE

mejorar de situación. Si se exceptuaban unos cuantos niños perte- necientes a las casas más acomodadas, que para ser educados eran enviados a Potosí o Chuquisaca, el resto no recibía otra instruc- ción que aquella que, sin regularidad, podían darles sus padres.

Al templo le faltaban altares; a la escuela maestro. En mis primeros años había yo sido aficionado a los trabajos de pintura. Esta fué, pues, para mí, ocasión de acumular empleos. El cura y el señor Ferrari quisieron aprovechar mis conocimientos, y yo no desperdicié la ocasión de utilizarlos. Asumí, en consecuencia, dos nuevos roles; me hice a un mismo tiempo pintor y maestro de escuela.

En la misma villa se construyeron bancas para los alumnos, y de Potosí vinieron las tintas y utensilios necesarios para pintar, bruñir y dorar el retablo. La antesacristía se inauguró sirviendo de laboratorio a la vez que de aposento para mi descanso. La sacris tía se reservó para sala de estudio de los alumnos.

Mi dedicación para desempeñar las obligaciones que contraje fué de tal manera asidua, que durante cinco meses olvidé todo lo que no estuviera entre las paredes de la iglesia.

En esos cinco meses fuí pintor, maestro de escuela y anacoreta.

VII

Cuando Figueroa regresó a San Pedro victorioso y ufano por haber remendado perfectamente su canilla, mis trabajos de pin- turas estaban concluídos, y en mi valija se contaban trescientos pesos bolivianos, sobre las reservas del diamante. Por mis fun- ciones de pedagogo no había exigido a padre alguno un solo real; pero la remuneración, no me faltó, sin embargo. En efecto: la antesacristía se había convertido en la despensa mejor surtida que pudiera desearse en un pueblo vecino del desierto. A la hora en que emprendimos nuevamente la marcha, nos acompañaban abun- dantes pavos y gallinas, lechones y corderos fiambres. El agra- decido ecindario nos escoltó por más de seis leguas, después de haberme hecho ventajosas propuestas para que continuara ejer- ciendo el magisterio en la villa.

No quiso el señor Ferraro dejar de manifestarme su reconoci- miento, también él, por el éxito con que había yo llevado a término mis trabajos de pintura, así también como por mi desinterés y contracción como preceptor, y me obligó a aceptar dos regalos: una soberbia acémila de carga, y una carta de recomendación para el juez pedáneo de la pequeña y única población situada a pocas jornadas de la entrada de la llanura de Toconao.

—AlMí puede usted descansar y proveerse del forraje necesa- rio,—me dijo—pues durante la gran travesía que le espera, sus bestias carecerán hasta de la paja amarga que crece a veces en las faldas de la sierra.

Despedímosnos agradecidos a nuestra vez de log buenos vecinos de San Pedro, y seguimos viaje,

Quien haya examinado sobre un atlas la conformación de las montañas andinas tomando como base de su extensión longitudinal la península de Taitao, en la Patagonia, y siguiéndolas hasta el gran volcán ecuatoriano, habrá notado que, a semejanza de un gigante defectuoso, en quien predominara e! sistema óseo con detri- mento del muscular, la cordillera parece alzar sus más elevados pi- cos en los territorios donde menos la escalonan serranías de un orden secundario. Es digno de notarse que los Andes terminan al extremo sur remedando la cola de una culebra; mientras que den-