26 PEDRO ECHAGUE
El lector colegirá sin duda que, de acuerdo con las astutas pre- visiones de Mendieta, yo preferí empeñar la prenda por mil pe sos, antes que venderla por ochocientos.
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¡Cuántas y cuántas ideas, cuántos arrebatadores pensamientos bullen en la mente de un joven de viva imaginación y tempera- mento fogoso! ¡Cómo se combinan, cómo se apiñan, cómo se her- manan con las emociones del corazón, a esa edad más predis- puesto que nunca a la divagación y al ensueño! Para mí no era nuevo entregar mi vida al azar de un viaje por el Océano. Siete veces había cruzado el Pacífico en diversas direcciones, pero fué aquella la vez de que conservo más hondos rastros en mi memo- ria... ¡Ya se ve! Regresábamos a la patria en buen estado de salud, con un rico caudal de aventuras, con algunas lecciones de mundo y con el alma a tiempo mismo ansiosa y satisfecha ante la perspectiva de ver nuevamente los lugars y seres que nos ro- dearon en la infancia. La noche del día posterior al de nuestra salida de Tacna, era una noche de plena luna; el viento había declinado convirtiéndose en fresca brisa. Era la época del vera- nito de San Juan. Trescientos personas, incluída la tripulación, ccupaban el famoso var en que viajábamos. A proa sonaban los acoráes de una orquesia improvisada por los mismos pasajeros. A popa, un solo instrumento, la quena, se hacía sentir cada vez que la música de vanguardia suspendía sus tocatas. En un viaje que había hecho en años anteriores por uno de los países que ahora dejaba a mi espalda, tuve la ocasión de admirar la dulzura de equel instrumento. Entonces lo canté. En mi accidentada vida, siempre me cupo la fatalidad de adquirir y de trabajar para per- der. De aquella composición nada conservo.
Ahora, en medio del mar me parecían los acentos de la guena (1) tan graves, tan solemnes, tan místicos, tan patéticos, como otrora me parecieron en medio de los desiertos arenales.
Llegados a Cobija, nos ocupamos de buscar un arriero. En aquel puerto característico por su pobreza y por su atraso, no era posible en aquel tiempo permanecer más de veinte y cuatro horas sin sentirse bajo el peso de mil necesidades. Felizmente hallamos una árria en víspera de partir cargada, con rumbo a San Pedro de Atacama, y su conductor nos aceptó por compañeros, facilitán- donos dos mulas de silla, previo un buen ajuste. Nuestro avío de viaje había sido preparado en Tacna, y la jornada hasta la Villa no nos fué desagradable.
Erigido quel pueblo junto a las primeras aguas que halla el caminante después de atravesar los pesados arenales del desierto, reúne la ventaja de hallarse a la vez colocado en un punto indis- pensable al tránsito de los traficantes que bajando del interior de Bolivia, se dirigen a Cobija, y de los: que, procediendo del -mismo Puerto, tornen nuevamente al interior del país, o viajen a S. E. en dirección hacia la República Argentina, buscando las provincias de Jujuy y Salta. A nuestra llegada, una garúa menudísima y tenaz caía y siguió cayendo por cinco días consecutivos, sin acom-
(1) Flauta rústica que los indígenas del Alto Perú fabrican de una caña y suelen auxiliar de un calabazo que a su término inferior agregan cargado de agua, Cuéntase que este instrumento debe su origen a la pasión frenética que abrigó un fraile por cierta dama que se apellidaba Quena, y de quien, a mérito de consagrarle una memoria, empleó la tibia en vez de caña,