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MEMORIAS Y TRADICIONES 23

<on los resplandores del sol, cambiando antes de escondrijo, y Bor le pronto pasó del cuello al bolsillo, libre de su prisión en la unda.

En Tacna no había ¡por aquel tiempo un solo taller que mere- ciera el nombre de joyería; tres remendones de relojes y un pla- tero acreditado por sus trabajos, eran allí los únicos represetantes de las artes de lujo. Para negociar el brillante, parecióme indis- pensable conocer su valor, y aun cuando yo consideraba justo el precio en que había oído decir lo estimaba Smith, pensé que cual- quiera que fuese el comprador, querría saber a qué atenerse. En consecuencia, fuíme con Figueroa a la tienda del ya citado platero, que pasaba por la ¡persona más entendida de la ciudad en materia de joyas. Cuando el hombre examinó la alhaja, una descarga de exclamaciones salió de su boca. Me afirmó que aquel era el más rico diamante que había llegado a sus manos; me habló de sus aguas y de sus visos: procedió a pesarlo, y ponderó sus fases, su tamaño y su fomio. Mediante una gratificación, ofrecida sobre tablas, el platero no vaciló en tasar la joya, obligándose a declarar su valor a toda persona que se lo preguntara, La prenda bien valía a su juicio unos tres mil pesos, pero creía muy difícil hallar en Tecna quien se desprendiera de la mitad de aquella cantidad, por sólo el gusto de poseer tan rica alhaja. Agregó que él, por su parte, no se aventuraría a ofecer un real más de ochocientos pesos, caso que se le propusiera en venta.

Esta indicación no mereció por mi parte respuesta: arreglé la tasación y me despedí -en seguida.

—Este es un bellaco—dijo Figueroa luego que nos hallamos en la calle.

—No tal, le repliqué: él va a su negocio, y cuando más es un usurero con quien tal vez tengamos al fin que entendernos.

—Pues si hemos de entendernos con un usurero, hallo prefe- Tible que ese usurero sea de los nuestros.

—¿Como así?

—Existe aquí, hace ya algunos años, un tal Mendieta, hijo de Santiago del Estero, coronel en otro tiempo al servicio de nuestra patria, y emigrado allá por la época en que el general Paz fué hecho prisionero gracias a las boleadoras de un gaucho santafesino. Este -hombre a quien he recurrido en mis pellejerías, y que ha tenido la habilidad de ir apoderándose mediante sumas ínfimas de las prenditas de mi uso, cobrándome diez centavos mensuales (que nunca le he pagado) por cada peso que me prestara sobre el valor de las mismas, se ha decidido últimamente a dar la cara de frente para sacrificar al género humano. Ahora tiene una espe- cie de chiribitil que ostenta en la parte exterior un gran tablero con esta inscripción: Montepío. De lo que se ha olvidado es de hacer pintar al lado una horca... Con este individuo podemos ten- tar el negocio. Cierto que los usureros no tienen amigos, ni pa- rientes, ni patria; desde que a los hombres de todas las familias y todas las patrias les apretan el dogal cuando llaman a sus puer- tas, usando la caridad de aquellas madrastras que para aliviar al hambre de los niños bajo su amparo, les dan una buena tunda. Puede ser, sin embargo, que todavía conserve un resto del pundo- nor que se adquiere en la carrera de las armas.