MEMORIAS Y TRADICIONES 21
tido en Felipe Artazo, el cambujo, y las mujeres con quien vive, me hace sospechar que la prenda ha sido hallada. En fin, a quien Dios se la acordare Sa nPedro se la bendiga! Por ahora, en lo que a mí respecta, lo único que me ha quedado es el buen deseo de que el señor doctor salve el pellejo, porque si lo llegan a atra- par... ¡Santa Tecla! es perdido. Que en otras ocasiones, el tér- mino de sus consultas haya sido acreditado sobre la nuca o las costillas de sus otros colegas, pase... o medio pase, si al fin ha su- dado su bolsillo el valor de las sangrías a que es tan aficionado; Pero emplear en la pasada noche como término concluyente a favor de sus opiniones, el martillo de su látigo, sobre la cabeza de uno de los otros médicos reunidos en consulta, es una barbaridad! tanto más imperdonable cuanto que el pobre señor, víctima de un argumento tan terminante, no puede rebatir desde la eternidad ni la teoría ni la práctica del señor Smith...
IV
Esta relación del barbero, bastó para dejarme cumplidamenie enterado acerca de la causa que motivara la singular escena que en la noche anterior había venido a sacarme de mis meditaciones. A las doce del día, el suceso corria de labio en labio por toda la ciudad, con las variantes y exageraciones que cobran los hechos más nimios una vez caídos en el dominio del vulgo. A juicio de la mayoría de los opinantes, el doctor sería alcanzado, encausado y fusilado por haber muerto a un otro doctor, cuando ambos habían sido llamados para que trataran de dar vida a un moribundo, que sin ánimo para presenciar imperturbable un homicidio a su propia cabecera, había perecido del susto, al mismo tiempo que el desven- turado a quien Smith le hundiera el occipital. Ni el mismo bar- bero a quien yo debía el primer conocimiento de la trágica historia, dejaba de figurar en alguna de las relaciones que sobre el parti- cular se hacian. En efecto, la mujer del cambujo, a quien mi oficioso relator suponía en connivencia con aquél, y en posesión del brillante, había sostenido y jurado delante del comisario encar- gado de la primera indagatoria, que ella por sus propios ojos, vió al barbero recojer el brillante y echárselo a la boca.
Aquel suceso alcanzó a ser el tema preferido de las conversa- clones durante algunos días; resultando en definitiva que ni el enfermo en favor de cuya asistencia Smith empleó toda su lógica de fiierro había muerto, ni el brillante se hallaba únicamente en el estómago del barbero, pues alcanzaba ya a una docena el número de cholos a quienes se acusaba ahora de poseer la joya. Se supo por último que Smith había salvado perfectamente el peligro de ser alcanzado, y en consecuencia, encausado y ajusticiado, mer- ced al buen camino que gracias a su oro se había abierto, hasta embarcarse en un bergantín norteamericano surto en el puerto de Islay, y del cual se trasladó a los tres días a una fragata balle- nera, en tránsito por aquella costa, con rumbo a California.
Por lo que a mí respecta, recuerdo que por esos días tuve ocasión de suscitar en mi corazón una, gratitud que no ha dismi- nuído hasta el presente un ápice. Esto ¡pertenece a las páginas de mi juventud, y no es de oportunidad ocuparme ahora de ello con detención. :
Diré tan solo que cirtas circunstancias en las que intervino una mujer, me decidieron a dejar Arequipa, y que mis aprestos quedaron concluidos en una mañana.
¿Qué más tiempo podía emplear en arreglar una maleta de