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198 PEDRO ECHAGÚE

se. trata de hacer es matarme! ¡En vez de remedios se me está dando venenos!

¡Decía todo esto a gritos que debían oirse desde la calle, acompañando de ademanes descompuestos sus trágicas vócife- raciones.

De pronto tomó del brazo a su hermana, y la empujó vio- lentamente hácia la cómoda que había quedado abierta. Y lo que entónces ocurrió fué rapidísimo. Autes de que ninguno de los presentes pudiera intervenir, y ocultando sus ademanes con su propio cuerpo, Amalia hirió a su hermana y se hirió ella misma en el brazo con unas tijeras. Luego virtió en am- bas heridas unas cuantas gotas de un pomo que disimulada- mente había extraído antes del cajón y conservaba en la mano. El efecto fué fulminante. Ambas hermanas rodaron sobre el pavimento.

— ¡Socorro!

— ¡Doctor! ¡doctor!

— ¡Virgen Santísima!

Alarmado por estas voces de angustia, el médico que se ha- llaba cerca atendiendo a la niña, entró precipitadamente en ja habitación.

—¿Qué es esto? ¿Qué hay?

—iBsto! dijo Re 5 al alzando el pomo caido a los pies de Amalia, y leyendo un rótulo que llevaba esta inscripción: “Cu-

—¿Curare? repitió el médico anhelante, apoderándose del frasco.

Entretanto la sangre escapada de las heridas de las melli- zas, aparecía congelada. El médico se arrodilló ante los cuerpos y los examinó. Ambas hermanas estaban muertas.

Más tarde supo Reynal qué era el Curare. Era un veneno ve- getal, de fulminante acción mortífera, descubierto y usado por los indios de aquellas comarcas para emponzoñar sus flechas y sus picas. Se trata de un yerba aparragada, de hoja pequeña descolorida y rala, que crece escondiéndose de la luz y del calor del sol, bajo la protección de otras plantas insignificantes. Se produce sobre todo en las márgenes dez Orinoco, y mata con su vecindad a las plantas débiles; siendo de notar que la llamada cepa caballo la resiste. HHervida en agua la raíz de esta yerba, convierte el líquido aquel en un tóxico de mayor poder que cual- «quier otro de cualquiera de los tres reinos. Su acción se ejercita directamente sobre la sangre, por pequeño que sea su contacto con ella,

Tal era el agente que le había servido a ¡Amalia en su dra- mático y funesto ataque de locura.

No terminó al!í esta tragedia que se recuerda todavía en Quito con horror. La: madre de las melizas, que en su retiro de enferma ignoraba todo cuanto se relacionase con la anterior intriga, fué impuesta de improviso, sin precaución alguna, de la muerte de sus hijas, por alguno de los muchos comedidos indis- cretos que acudieron al lugar del suceso. ¡Quince días después, la anciana moría también por el golpe que su extenuado organis- mo no pudo resistir.