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MEMORIAS Y TRADICIONES 197

Nuevamente se demudó la cara de la infeliz Amalia, cual si su arrebato fuese a entrar en otra faz. Las conmociones fí- sicas y morales que sacudían aquel ser, debían ser terribles. Y lo que mas impresionaba a los presentes, eran los fugitivos destellos de razón que alumbraban sus. desvaríos, la trágica ve- hemencia de aquella pasión que ardía todavía con devoradora llama, en medio del derrumbe físico y moral de la existencia que la alimentó.

La desdichada queria llorar y no podía. 'Sus gritos, sus exclamaciones y sus delirios, salían de su boca entrecortadas por carcajadas que parecían gemidos.

—¿Me perdonas hermana? ¿me perdonas Reynal?, prosi- guió cambiando de tono.

—Nada tengo que perdonarte, respondió Amelia. ¡Cálmate por Dios! piensa que la exaltación te mata y que necesitas vivir para tu hija.

—«¿Para mi hija, dices?; ¡lAih! es verdad... tengo una hi- ja!... ¡Quiero verla!...

—La niña está bien, señora, se adelantó a decir el doctor. Yo velo por ella; pero sería una imprudencia que Vd. la vie- se ahora.

La enferma pareció calmarse un poco. 'Las convulsiones apenas se hacían sentir. Falta de fuerzas, comenzó a dar mues- tras de postración .

—Acércate Reynal; dijo, viendo que el médico salía. Bien hace ese hombre en dejarnos solos con nuestra leal y generosa amiga...!

La de Vargas le tendió una mano y humedeció la de Ama- lia con una lágrima.

— ¡Ah! si yo pudiera llorar, cuánto consuelo alcanzaría! prosiguió esta. ¡En qué dulzura se empaparía mi febriciente imaginación!... Pero yo debo sufrir y sufrir ¡Cuan pa- recidas somos, Amelia! Pero nó, nó. Tu te pareces a los án- geles y yo a las furias. ¿Porqué me habrá dado Dios esta ca- beza de fuego como los volcanes?

De pronto se irguió galvanizada por extraña energía, y se puso a pasearse por la habitación como una fiera enjaulada.

—¡ Amalia, querida hermana! acuéstate por favor.... eso te hará bien, suplicó Amelia.

— ¡Acostarme! ¡Eso es, acostarme! De la cama me hareis pasar entre todos vosotros el sepulcro! comprendo vuestra in- tención... ¿Conque a la cama ¿eb? ¡Ah traidofes! ¡Antes pa- gará a lá eternidad la miserable que fué causa de mi tormento en la, vida, y va a ser causa de mi muerte ahora! Crispó sus puños y se colocó ante Amelia que empezaba a temblar.

— ¡Amalia! dijo duldemente Rieynal intefponiéndose, cálma- te, por favor, por el amor que dices que me profesas.

— ¡Yo no quiero a nadie!

—¿Ni a tu esposo?

—i¡Yo no tengo esposo!

—¿Ni a tu hija?

—i¡Yo mo tengo hija!... ¡Yo no tengo madre! ¡Yo no tengo hermana! ¡Todo esto tenía y me lo han arrebatado! Un fuego voraz me abraza la cabeza... eso, eso es lo único que tengo. Mi casamiento ha sido una farsa llevada a cabo con.la complicidad de unos cuantos pillos ¡Lo que se quiere, lo que