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196 PEDRO ECHAGUE

Reynal y ¡Amalia recibieron la bendición mupcial en un altar im- provisado junto al lecho. ¡Luego se le administraron los sacra- mentos a la enferma. Y quiso esta por último, hacer testamento en debida forma, instituyendo "heredera de sus bienes, que eran cuantiosos, a su tierna hijita. ,

Acariciábase ya la esperanza de que Amalia pudiera salvar la vida, en vista del nuevo reposo en que entró después de los actos anteriores, cuando el médico de cabecera declaró, presen- tándose bruscamente en la estancia en que todos aguardaban:

—Hay que ¡perder toda esperanza; la ciencia nada puede ya y si no media un milagro, su muerte es segura. En estos momen- tos sufre un nuevo ataque de enagenación mental, y se debate con los que quieren contenerla. Mi opinión es que se debe evitar el violentarla. Mejor es emplear la persuación y, la dulzura para reducirla.

Efectivamente, 'Amalia se precipitó entre los que así delibe- raban, seguida de unos cuantos sirvientes que no se atrevían a sujetarla. Pálida como la luna en sus ¡postreras horas, giró sobre su breve planta buscando a Reynal ansiosa, y en él detuyo su valiente mirada. Mal cubierta por algunas ropas que se había echado encima, el deró.den de su vestido la hacía aparecer más impresionante. ¡Semejante a Melpómene armada del agudo puñal de la tragedia, venía ella armada de un manojo de llaves.

—Amalia, ¡por Dios! dijeron todos a una vez.

Ella con la vista clavada siempre en Reynal, prorrumbpió otra vez en aquella estridente carcajada con que se anunció su primer ataque. '

— ¡Ah! pícaro, exclamó, ¡ya te tengo! ¡ya no te me escapa- rás! ¡ya no te volverás a tu tan deseada Francia!

Y oprimiendo fuertemente el brazo del jovem, lo impelía hacia una cómoda de grandes dimensiones.

— ¡Aquí! ¡aquí está tu riqueza, toda tu riqueza!

¡Aplicó una de las llaves que llevaba al último cajón del mueble, dejando de manifiesto un ¡paquete leon los documentos robados y algunas talegas de onzas de oro.

—Ja, ja, ja, ja... ¿Sabes como te sustraje tu oro y tus pPa- peles, Reynal? Es muy curioso.... ¡En un féretro! Tu sabes que en Quito, los féretros, que transportan los cadáveres de la gente de cierta clase, circulan de noche, sin llamar la atención. Era lo que yo necesitaba; acarrear toda una carga' sin llamar la atención. ¿Verdad que la idea fué ingeniosa? ¡Oh! yo estaba en mi derecho al despojarte... Tu me habías salteado el alma; yo te salteaba tu dinero para que no te fueras ,para que ho me abandonaras. Cuando comprendí que iba a ser madre, justamente en los mo- ¡mentos en que tú te mostrabas indiferente, cansado de mi, desde- ñoso y esquivo, la cólera y el despecho me ganaron. ¡Por eso ordené que se hiciera el robo con violencia y ensañamiento! ¡Ah! mucho me había costado conquistarte para perderte así, sin lu- char. ¿Recuerdas mis cartas fraguadas, como si fuesen de Amelia? ¿Recuerdas como me esforzaba en mantenerte en el engaño? Des- de el día que te vi retirarte por vez primera de su lado, compren- dí que ibas a dejarme por ella... Y me defendí como pude, con las armas que la pasión me sugirió... Porque yo te amaba loca- mente Reynal, y hasta en esta forma humillante para mi orgullo de mujer preferí ser tuya antes que perderte...