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MEMORIAS Y TRADICIONES 195

que la,escena le había producido debió repercutir tan hondamen- te sugébil y trabajado organismo, que quebrantó su equilibrio vital na gesticulación extraña distendió su semblante.

ué tienes Amalia? preguntó Amelia alarmada.

Aquella no contestó. Sus ojos se inyectaron de sangre y lanzó una carcajada salvaje... Luego se le empañó la mirada y por último, sostenida por todos los presentes, cayó en una especie de sopor, y fué conducida al lecho.

El médico, llamado con urgencia, se mostró reservado e in- quieto por el estado de la enferma, y sin emitir a su respecto diagnóstico alguno, pidió consultar el caso con otros facultativos. De esta consulta, realizada sin pérdida de tiempo, resultó que Amalia se hallaba en un trance gravísimo. Desde luego, sus facul- tades mentales habían recibido una conmoción tan violenta, que acaso quedasen alteradas. Además, el organismo debilitado ya por el reciente alumbramiento, acababa de ser sometido a una prueba terrible. Abandonando la cama y sufriendo ¡por añadidura tan rudas impresiones en semejantes circunstancias, Amalia se había jugado la vida. Los médicos temían ¡por otra parte, que algún violento ataque de enagenación mental se prodújese de un momento a .otro, 'precipitando el desenlace.

Veinticuatro horas después del acceso antes citado, el silen- cio rodeaba el lecho de Amalia y la calma reinaba al parecer en su razón. Era el momento decisivo; aquel en que, según los mé- dicos, debía producirse la crisis. Un ¡prolongado y hondo suspiro se desprendió del pecho de la enferma, a la vez que recogía con trémula mano las cortinas que la abrigaban. Recorrió con mirada escrutadora los ángulos de la alcoba y dijo: luego:

—¿Y mi hija?..

La señora Estela se apresuró a contestar:

—Está bien Amalia; su nodriza la alimenta en este mo-



mento. ¿Y mi hermana?... Mi noble y generosa hermana, ¿dón- de está?... —Aquí estoy cerca de tí, Amalia. —¿Y...?


Se detwvo. Esta interrogación incompleta sugería un nom- bre: el de Reynal.

Luego, volviéndose a la señora de Vargas, añadió:

—Siento una gran languidez, una especie de dulce desvane- cimiento, como si estuviera desangrándome en un baño tibio... ¿Qué dicen los médicos de mi estado?

—.Los wiédicos te encuentran delicada, comtestó Amelia, pero confían en una pronta reacción. Tranquilízate, pues, que todos te cuidamos.

— ¡Como ha de ser! respondió Amalia con marcado descon- suelo - ¡sea lo que [Dios y su santa madre se sirvan disponer! Hay sin embargo, uma cosa en que yo propia debo ayudarme. ¿No seríe, prudente aprovechar estos instantes de tranquilidad para ponerme bien con Dios y con el mundo?

—Sí, se adelantó a decir la señora Estela. No es que la pre- caución sea indispensable, pero Ud. tiene razón: es prudente.

—Y Reymal ¿qué dice?

—Reynal hará lo que sea necesario por su tranquilidad, por su salud y por el porvenir de la niña.

— ¡Que verga entonces un sacerdote! concluyó Amalia.

El sacerdote vino, y las supremas ceremonias se cumplieron.