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MEMORIAS Y TRADICIONES 191

mente sañuda. Los sirvientes del damnificado fueron asaltados, maniatados y estropeados, y su galgo, hermoso perro que le acom- pañaba en sus excursiones de caza, amaneció colgado de un Jímo- nero. Los ladrones se habían entretenido además, en destruir encar- nizadamente todos los muebles y objetes de valor que no pudieron llevar. De manera que aqueilo pareció una venganza, más bien que un robo vulgar.

Una sospecha cruzó por el espíritu de Reynal: Amalla...

Si las gentes de la ciudad la tenían por mala, acaso fuese con razón después de todo. Ella era la única persona a quien Reynal había agraviado con su indiferencia.

¿Sería ella la que había tramado esta venganza?

La acción de la justicia, el constante afán con que un abogado la secundaba, y el interés público excitado, concurrieron durante algún tiempo a un sólo objeto: descubrir a los autores del sonado robo. Pero las investigaciones resultaron inútiles, y el misterio no se aclaró.

Algunos de los deudores de la víctima, procediendo con kon- radez y conciencia, reconocieron sus deudas, no obstante el extra- vío de lcs documentos que las acreditaban; pero lo más se atuvie- ron a la falta de los mismos y las dieron por canceladas. Con todo, la situación de Reynal no era tan mala, pues contaba con depósi- tos de importancia en dos bancos franceses. Además, en las gave- tas violentadas, encontró unos mil pesos oro, que los ladrones le habían dejado como por lástima, y cual si hubieran querido que sólo le quedase lo estrictamente necesario para comer.

Entre tanto la fiesta de Navidad, tan celebrada por los ecua- torianos, había vuelto, y la ciudad presentaba su habitual aspecto de animación en tales días, en que el pueblo entero recorre las ca- les visitando los Nacimientos, entre bulliciosas manifestaciones de alegría.

La Pascua de Reyes, que marcaba para Reynal un aniversario inolvidable, llegó también, trayéndole evocaciones y recuerdos me- lancólicos. A ellos se hallaba entregado en el retiro de su casa, cuando le entregaron un billete que ilevaba esta firma: “Amelia Cabot.”

El desconcierto de Reynal fué grande, y en verdad, había mo- tivo para ello, pues la letra no era la letra de Amelia que él conocía por cartas anteriores, una de las cuales conservaba en su cartera. Una sospecha angustiosa pasó por su imaginación, y echó mano a la carta en cuestión para cotejar su escritura con la que acababa de recibir. ¡Esas escrituras eran distantas! En cuanto al billete recién llegado, decía así:

Señor Eleodoro Reynal:

“Momentos antes o momentos después, o tal vez en los mismos. momentos en que reciba Ud. la presente, habrán dado las cinco de la tarde. Se han cumplido, pues, los dos años de prueba a que Ud. quedó espontáneamente obligado; así como en el nombre de la Vir- gen María cbligada quedé yo también. Puede Ud. venir ahora mis- mo a recojer la esmeralda que dejó en mi poder, y que yo no tengo ya motivo para retener. Rotos por la infidelidad de Ud. nuestros mútuos compromisos, la esmeralda debe volver a sus mapos, y mi voluntad a su pleno ejercicio; aunque mi corazón quede esclaviza- do hasta la muerte. — Amelia Cabot.”

El pobre hombre quedó anonadado. La carta anterior le reve- laba bruscamente Ja diahóliga intriga de que había sido tonta vie-