- 190 PEDRO ECHAGUE
ciedad de Quito, vivían engañadas sobre la verdadera personali- dad de Amelia; pero no era él el indicado para poner en claro tan generalizado error, y guardó silencio. El concepto que allí se tenía de Amalia, debía ser igualmente equivocado. El león no era, de seguro, tan fiero como lo pintaban...
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Pasaron algunos meses, y Reynal hastiado de una aventura que tan amarga decepción le había traído, pensaba en ausentarse de su patria y volver a Francia. Su indiferencia y su desvío fue- ron notados por Amelia que no se resignaba al abandono y pro- testaba contra él con vehemencia. Reynal persistía sin embargo en su propósito; apenas sus asuntos quedaran en regla, abanúona- ría para siempre el Ecuador.
Para distraer su aburrimiento, dedicábase ahora a la caza, y una mañana que se preparaba para salir al campo, le entregaron una carta de Amelia la segunda que de. ella recibiera desde que la conoció. La carta decía:
—““Mi adorado Eleodoro. — Cuando las enfermedades del alma hacen sentir su rigor, solamente la piadosa palabra de los ami- g0s puede proporcionarnos algún alivio. Yo me siento enferma y necesito ausentarme al czapo por algún tiempo. Ojalá que la ausencia y el espectáculo de la; naturaleza, vuelvan a darme la ilusión de que aún me quieres... No sé si habrán sido bastante las veces que te he dicho cuanto te adoro y hasta que punto me glorío de llamarme tuya, pero estoy segura de que necesito decir- telo otras mil; no para probarte el grado de mi pasión y ofrecerte algo nuevo, ¡pues quien como yo se ha entregado tan por completo, nada puede ya dar, sino para pedirte un poco de lástima, un poco de mentira siquiera. Necesito aire y reposo, y habiendo conseguido de mi madre la licencia necesaria, me voy a la sierra acompañando a Amelia. Estaré allí seis o siete meses. He aquí ahora la súplica que te hago en nombre de mi inmenso amor: prométeme no ausen- tarte de Quito hasta dentro de dos años. Puesto que un día me has de abanionar, dame siquiera iempo para ir preparándome a per- derte. ¿Me lo prometes? Hasta la vuelta adorado mío. No dejes de contestarme 2unque sea de, palabra. Tuya—Amelia Cabot.”
El contenido y el tono de esta carta produjéronle a Reynal extrañeza y disgusto, chocándole sobre todo el cinismo inútil con que Amelia se proclamaba en ella su querida. No se explicaba cónio aquella Amelia recatada y digna de la entrevista inicial, podía haberse rebajado hasta gloriarse por escrito de su impudicia.
Llamó al portador de la misiva, y le dió la respuesta de pala- bra:
—Diga Ud. a quien lo envía que está bien. Que lleve buen viaje. Que por hallarme en este momento muy ocupado, no le contesto por escrito.
Tres meses después se pregonaba bajo los arcos de la casa Consistorial, a la vez que se reproducía manuscrito y se fijaba en las calles de la ciudad, un edicto expedido por el cuerpo munici- pal, previniendo a los habitantes todos del Ecuador, que al ciuda- dano Eleodoro Reynal, se le había sustraído una cantidad de di- nero, y valiosos documentos por importe de más de cuarenta mil pesos. Según agregaba el edicto, la persona que diera noticia de dichos documentos, sería gratificada por el denunciante.
La forma en que el robo había sido perpetrado, era particular-