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MEM*RIAS Y TRADICIONES 189

se hallaba envuelto en una penumbra propicia para entrevistas de tal índole.

De la visita aquella salió Reynal más inquieto y desorientado todavía. Amelia le pareció muy distinta de la que días antes co- nociera y amara. No volvió a encontrar en ella la dulzura, la mo- deración, el recato y la nobleza que tanto lo habían seducido.

Su bello sueño se desvaneció. No cabía duda de que Amelia había disimulado su verdadera personalidad bajo formas fingii- das, y que ahora se presentaba tal cual era: como una criatura caprichosa, frívola y sensual, harto hábil en las artes del disimu- lo. Sin embargo, era tan bella que nuestro héroe no pudo sus- traerse a su poderoso encanto femenino y cerró los ojos ante los defectos que ahora le descubría, abandonándose a una pasión mu- cho menos idealizada y pura que la que antes concibió.

A esta cita siguiéronse otras. Por último entre ambos amantes quedó concertado un plan para verse regularmente en la casita de la veleta, que desde entonces quedó convertida en el albergue de sus amores ilícitos.

Seis meses después, existía entre Amelia y Reynal una rela- ción de hecho. Eran amantes, y Amelia no hablaba ya del proyecto matrimonial que planearon el día de su primera entrevista. Reynal por su parte, no había vuelto a aludir para nada a la esmeralda que como símbolo de su compromiso la ofreció. Ni uno ni otro se preocupaban del desenlace a que su situación irregular podría lle- gar, y el joven había concluido por dar su compromiso por tácita- mente roto, desde que comprobó que Amelia estaba lejos de ser la niña pura e inviolada que él imaginó. Entretanto, ésta había segui- do mostrándose muy distinta de la Amelia que encontró el primer día. Y Reynal, en el desencanto de su ideal burlado, sentía que un secreto desdén se mezclaba a la pasión voluptuosa que aquella le inspiraba ahora.

Cierto día recibió una invitación a almorzar de la señora Es- tela, que había seguido mostrándose con él amiga excelente, y la aceptó gustoso con la secreta esperanza de tener por ella noticias de Amalia, a quien no había vuelto a ver. Sus deseos quedaron satisfechos. En el cordial abandono de una conversación de sobre- mesa, la señora Estela le habló largamente de las dos mellizas.

Los antecedentes de Amalia, y el retrato que de ella hizo la señora Estela, resultaron para Reynal una revelación sorprendente. Según esta, era Amalia una mujer de instintos perversos y vio- lentas pasiones, capaz de todas las perfidias. Para con su mismo marido, el marqués de Melean, se había mostrado en vida de este, cruel y taimada hasta el exceso. Era terriblemente celosa, y en Quito había quedado famosa cierta jugada que le hizo alguna vez a su marido, movida por los celos, y de la cual el pobre viejo estuvo a punto de salir inválido. A este concepto se debían las evasivas con que respondiera la señora Estela a las preguntas de Reynal, cuando éste, recién llegado a la ciudad, fué a inquirirle informes de la viuda.

En cambio, sobre Amelia la señora Estela se erpresó en los términos más entusiastamente eloglosos que pudo encontrar, fal- tándole palabras para ponderar su rectitud de sentimientos, su modestía, su virtud y su abnegación para dedicarse al cuidado de su madre enferma. Reynal quedó perplejo. ¿Qué debía pensar de esta opinión sobre Amelia, él que tenía pruebas de su ligereza y de su hipocresía? Pensó que la señora Estela, y con ella toda la so-