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188 PEDRO ECHAGUE

peranzas y como una prenda del compromiso conque nos hemos unido. Si en el transcurso de los dos años de prueba a que quedo sometido, la fatalidad me hiciese víctima de algún extravío, pro- métame Vd. no condenarme sin prestar ante mis ojos esta pren- da. Estoy seguro de que ella me jilumniaría en mi momentánea locura...

—Recibo la esmeralda, respondió Amelia, y prometo en nom- bre de la Virgen, no separarme de ella sino en el caso de que Vd. faltara a nuestro compromiso.

  • Se dijeron hasta la vista, transportados ambos de dicha y espe-

ranza. Reynal debía volver a visitar a la que desde quel instante era su prometida, el día de Reyes, Entonces Amelia lo presentaría a su madre, y las relaciones oficiales quedarían establecidas. Se daban la mano por última vez, cuando el joven notó que Amelia conservaba la diamela que antes le entregara.

—¿Por qué no rompe Vd. esa flor? la interrogó.

—¿Romperla? ¿Para qué? Voy á devolvérsela yo misma a Ama- lia de parte de Vd., pues no es mi intención ocultarle a ella nues- tra entrevista.

Cuando Reynal se retiraba, creyó oír la voz de Amalia. Era que, en efecto, esta acababa de entrar a la casa, por una puerta de co- municación interior.


Los días que siguieron, los vivió Reynal en medio de la exal- tación y de los sueños. Era la primera vez que amaba de verdad, y su fantasía aguijoneada por el sentimiento, se entregaba a toda clase de ilusiones y deliquios. Largas pero gratas le parecieron las horas de espera que transcurrieron entre proyectos para'el porve- nir, evocaciones de la amada y recuerdos de su conversación con ella.

La víspera del tan esperado día de Reyes, su sirviente le lle- vó una carta. Desgarró con impaciencia el sobre, y leyó lo si- guiente:

—-“'Apreciable Reynal. No venga Vd. mañana a casa como es- taba acordado. Mi madre se resiste a recibirlo, fundándose en ma- lcs informes que, según dice, ha recibido con respecto a Vd. Pero mi amor se acrecienta con esta injusta resistencia, y he de vencer los obstáculos que se le oponen. Quiero verle y hablarle de cual- quier modo. A espaldas de nuestra casa, y dando hacia la calle opues- ta, hay otra que también nos pertenece. La reconocerá Vd. por una veleta que se levanta en el centro de la azotea. Allí le esperaré el lu- nes por la tarde. Devuélvame Vd. estas letras.—Amelia Cabot”

Esta misiva inesperada desconcertó y desilusionó un poco a Reynal. ¿Qué podía significar aquella resistencia de la madre de Amelia a recibirlo, y aquella cita clandestina que tan resuelta y espontáneamente le daba su amada? Inquieto y cofitrariado por el mensaje, escribió sin embargo al pie de la carta de Amelia:

“Iré.—Reynal”.

Luego la entregó, a guisa de respuesta al mensajero que la trajera.

El joven fué puntual a la cita. Llegó hasta la casa indicada en el billete, tratando de disimularse, y encontró franca la en- trada. Amelia le esperaba en un gabinete adornado según el uso del país y de la época, con taburetes y biombos en profusión, que