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MEMOBIAS Y TRADICIONES 187

currir en él muchas personas. Ya ve Vd.: nos parecemos hasta en el nombre de pila, por voluntad de nuestro padre que quiso que también se asemejaran, Amalia, que es viuda, vive en la casa de al lado, y esto es seguramente lo que ha determinado su equivo- cación.

Retrocedió Reynal hasta el medio de la vereda, y levantó la cabeza para mirar las fachadas de las dos casas contiguas. En efec- to, sobre el portal de la vecina se destacaba un escudo en relieve. Era el del difunto marqués de Melean, según supo aquel más tar- de, noble espoñal, esposo ya difunto de Amalia.

Quiso Reynal insistir en sus excusas ante Amelia, y es seguro que ésta sintió placer en excusarle, pues llamó un indiecillo sirvien- te y le ordenó traer un asiento para la visita. Esta conversación se prolonmgó durante horas, y las primoras impresiones del joven se confirmaron; Amelia era la más angelical de las criaturas. Su con- traste moral con Amalia era tan profundo como era sorprendente la identidad física de ambas. La naturaleza parecía haberse com- placido en personificar en estas dos hermnas, a un mismo tiempo las armonías y las oposiciones que aproximan o separan entre si a los distintos individuos de la especie humana.

Ostentando en el rostro, en el cuerpo, en las maneras, hasta en el timbre de su voz, similitudes perfectas, Amalia y Amelia apare- cían, en cuanto a ideas y sentimientos, separadas por un abismo. Lejos de tener el aspecto dominante, sensual y provocativo de Ama- lia, tenía Amelia una suavidad y una ternura, una placidez y una nobleza de irresistible encanto. Si Amalia excitaba el deseo, Amelia inspiraba adoración. ¡Que dulce, que buena debía ser para compa- fiera en la jornada de la vida!

Cuando conoció a Amalia, Reynal se sintió fascinado. Ahora, ante Amelia, se «sentía penetrado por una.emoción dulcísima, sin mezcla de pensamientos impuros. Además de la belleza, esta mujer era el bien y la bondad; así como la otra era la imágen del pecado unido a la belleza.

Suceáió, pues, lo inevitable: nuestro héroe se sintió enamora- do de Amelia y estimulado por la benevolencia de ésta, le decla- ró su amor. Vanos fueron los reparos que la muchacha le opuso. Vanos y débiles, pues ella misma, que conocia ya de nombre y dé oídas a Reynal, ¡había sentido despertarse también en su alma una inclinación incontenible hacia él.

—Lo que Vd. afirma es imposible, le decía. Vd. me conoce apenas, y temería que intentase burlarse de mí, haciendo camino sobre una diamela marchita, si no supiera de antemano que estoy tratando con un caballero.

—¡No! ¡no es imposible!, respondía 6l. Nuestro corazón tiene estos misterios. Los amores súbitos como el que yo experimento ahora, suelen ser los más reales, los más profundos y los más du- raderos. Póngame Vd. a prueba si quiere; pero no me rechace ni dude de mi sinceridad.

La resistencia de Amelia fué vencida, puesto que la Muchacha se debatía contrariando a su propio corazón. Tuvo, sin embargo, tino para aceptar la prueba que Reynal le ofrecía, y le prometió que si su amor perduraba igualmente intenso al cabo de dos años, Seria su esposa.

Al separarse de su amada, cuando caía ya el crepúscuio, Rey- nal desprendió de su corbata una esmeralda, y se la ofreció:

—Guarde Vd. esta piedra, le dijo, como un símbolo de mis es-