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MEMORIAS Y TRADICIONES 185

do permanecer todo este tiempo en Quito, juzgó conveniente en- trar en relaciones con aquellos antiguos amigos de su padre que se habían mostrado corteses para con él, a su regreso de Francia.

Se aproximaba la fiesta de Navidad, y la población entera se preparaba a celebrarla con Nacimientos. Los Nacimientos eran en el Ecuador, entonces, una especie de institución nacio- nal. Desde la casa más poderosa hasta la 1dás humilde cabaña, todas arreglaban sus Nacimientos, fastuosos o modestos, según los medios de cada cual. El Nacimiento era allí la fiesta por excelencia, y en confeccionarlo se empleaba todo el arte deco- rativo de que aquel pueblo era capaz, y todos los elementos ornamentales que en la ciudad pudieran encontrarse.

¡Oierta señora de Vargas, antigua amiga de la madre de Reynal, fué una de las personas que con más efusión saludó al joven a su vuelta a la patria. En homenaje a la sólida amistad que vinculó siempre a ambas familias, quiso Reynal hacerle, a la señora de Vargas, un obsequio que suponía con fundamento había de serle grato. Tenía dicha señora una verdadera pasión por los ¡Nacimientos. Reynal había traído de Europa una nove- dad curiosa: una especie de cortina mecánica que, movida por resortes, hacia desfilar ante la vista del espectador panoramas, escenas y paisajes variados. Semejante aparato resultaba admira- blemente apropiado para adornar un Nacimiento. Su poseedor'-:0 ofreció como presente a la Sra. de Vargas.

Pero para que aprendiera a manejarlo, se hizo necesario que el obsequiante fuera en persona a enseñarle la maniobra. Con mo- tivo de esta visita, trabó un conocimiento inesperado.

Hallábase ocupado en poner a su amiga al corriente del ma- nejo de la cortina, cuando se ¡presentó una visita que la dueña de casa se apresuró a presentarle. Era uns hermosa jóven que po- dría contar veinte y dos años. Se llamaba Amalia de Melean, y su arrogante belleza impresionó a Reyual.

No tardó en establecerse la cordialidad entre los presentes. El jóven hizo gála de cortesía para con la recién llegada, ante la cual se sentía a un mismo tiempo fascinado y temeroso. Y lag ho- ras que transcurrieron entre explicaciones relativas a la cortina, entre charlas sobre las cosas de París que refirió Reynal y las cosas de Quito que relataron las señoras, contribuyeron a estre char la relación. Nuestro héroe sentíase cada vez más dominado por la curiosa influencia que “sobre él ejercían los ojos de la jo- ven. En efecto, Amalia de Melean tenía una manera de mirarlo a la vez imperiosa y provocativa, que daba al traste con su ha- bitual aplomo. Se encontraba sin duda en presencia de una de esas “mujeres fatales”, que hasta entonces no le había sido dado encontrar sino en las novelas. .

Cuando llegó el momento de separarse, Amalia se mostró par- ticularmente insinuantéz y expresiva con su nuevo amigo. Le ofre- ció su casa y comprometió su visita para en breve, así que ella regresase de un corto viaje de inspección que debía emprender ese mismo día á una.de sus haciendas. Luego, aprovechando un momento en que la Sra. de Vargas llamada por una atención do- méstica, los había dejado solos, se desprendió de los cabellos una diamela conque los tenía adornados, y se la ofreció a Reynal, cada vez más dominado por el extraño y provocador encanto de Amelia.

—Se la devolveré a Vd. seca... atinó a decir aquél.

Después se separaron. El joven quedaba bajo el influjo de la