CUATRO NOCHES EN EL MAR
Dificultades insuperables que en los últimos años han estor- bado el libre ejercicio de mi voluntad, me impiden continuar las publicaciones que bajo el título de “Apuntes de un Proscripto” tengo dadas a luz en pequeñas entregas. La obrita que sigue, no se vincula directamente con dichos apuntes, pero alguna relación tiene con ellos. Debo dejar establecido que la historia que paso a relatar, llegó a mi conocimiento con posterioridad a mi retiro de la ciudad de La Paz de Ayacucho, asiento provisorio [por entonces Gel Gobierno de Bolivia.
Después de algún tiempo de residencia en Lima, quise conocer el Ecuador. Aproveché, para satisfacer mi deseo, el viaje de un vapor de dimensiones colosales, llamado el “Sud Americano”, que hacía la carrera de los puertos del Pacífico ,desde el Callao Frsta el Golío de Panamá. Llevaba el propósito de no quedarme en Qui- to más de un par de meses, tiempo suficiente pára visitar lo más importante del país: para saludar al Pichincha y para admirar al Chimborzo. Después, volvería al Perú.
Así que el “Sud Americano” levó auclas y nos dimos a la mar, los pasageros que como yo se paseaban sobre cubierta, entraron en aquella fácil familiaridad que se establece a bordo. Un jóver, como de veinte y cinco años que allí se hallaba, llamó desde el pri- mer momento mi atención. Era un raro ejemplar de belleza mascu- lina, cuyas maneras cultas, natural franqueza e insinuante pala- bra, le ganaron bien pronto la simpatía de todos sus compañeros de viaje. El contacto de la vida en común, facilitó mi rápida vin- culación con el joven aquel. Pocas horas después de iniciada la navegación ya éramos amigos, gracias a una larga conversación en que nos descubrimo3 recíprocamente, gustos y sentimientos pa- recidos. El aspecto a un mismo tiempo enigmático y seductor del pasajero, había picado vivamente mi curiosidad, y me ingenié pa- ra averiguar algo de su vida, aventurando preguntas e insinua- ciones discretas. Me encontré con un corazón dolorido, ansioso de “consolarse con la confidencia, que se franqueó glesde el primer momento. Fué así como pude conocer las infimidades de su existencia, que según va a verse, tenía todo el tarácter y el sa- bor de una novela.
Cuando llegó la noche—una magnífica noche de luna—fuífmos juntos después de cenar, a fumar un cigarro sobre cubierta. Y fué allí, donde Reynal, que así se llamaba el joven, me fué haciendo por partes, durante las cuatro noches que duró la travesía, el relato de su vida. Es el que voy a tratar de reconstruir ahora, evocando lo3 recuerdos de mi lejana juventud.
" Reynal iba a Guayaquil, de donde pasaría a Quito llamado por el arreglo de intereses. El mismo me explicó sus proyectos: