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MEMORIAS Y TRADICIONES 179

que llevase a cabo la restitución... Amuxilié la agonía de nues- tro antiguo capitán, que no recobró el conocimiento. Impuse a mi superior de lo que ocurría, pidiéndole autorización para ha- cer el viaje, primero a Santiago del Estero, y luego a Tierra Santa. Previa intervención de las autoridades, el crucifijo fué puesto en mi poder, y aquí me tienes, hermana, en camino para cumplir mi supremo acto de expiación...

Tantas emociones, tantas eyocaciones dolorosas y siniestras, habían vuelto a postrar a Martina, que escuchaba la relación del sacerdote con la respiración anhelante y entrecortada.

— ¡Padre! exclamó. Yo siento que también mi fin se acer- ca. He sido criminal, pero hice cuanto pude por reparar mis faltas y confío en la misericordia infinita de Dios.... La men- sajera que mandé a buscar al cura de Jáchal no vuelve, y mis fuerzas se acaban... Deseo que su paternidad me oiga en con- fesión....

¡Lo hizo así el sacerdote, y cuando la enferma hubo cumpli- do penosamente con el precepto cristiano, pues su vida se ex- tinguía sin remedio, le indicó a su confesor un cinturón que guardaba bajo la almohada. Dentro de un bolsillo estaban las caravanas de la Virgen de Loreto, y cincuenta onzas de oro.

—Llévelas, Padre, junto con el crucifijo, alcanzó a decir la Chapanay con voz apenas perceptible, y devuélvaselas a la Santa Virgen... De ese dinero, que es adquirido honradamente a fuerza de largas privaciones y trabajos, quiero que se le dé una onza a la mujer que me ha alojado aquí, y que lo demás se destine kh levantadle un ailtarcito a la Virgen, allá en su iglesia. ...

— ¡Muere en paz Martina Chapanay!, repuso el sacerdote. ¡Dios te perdona...!

Y sacando de entre sus hábitos el crucifijo de oro, lo de- positó sobre el pecho de la agonizante. Se puso en seguida de” rodillas a su lado, y empezó a orar con fervor, en alta voz.


Hasta el amanecer veló el franciscano, a la luz de un can- dil de grasa, el cadáver de Martina. Salía el sol, cuando la due- ña del rancho enviada en procura del cura de Jáchal, regresaba con la noticia de que, por hallarse enfermo, éste no había po- dido venir. Ayudó al sacérdote a preparar el entierro, y entram- bos, secundados por los vecinos de la aldea, que bien pronto acudieron, depositaron los restos de la Chapanay en una sencl- lla fosa que Fray Eladio, cubrió con una laja blanca a guisa de lápida.

Aqguejla tumba, que no ha necesitado inscripción para sin- gularizarse, es señalada todavía en Mogna a los transeuntes, y en torno suyo han brotado, eomo flores silvestres, innumera- bles leyendas que cuentan las hazañas, nunca superadas, de la varonil bienhechora de las travesías....


Seis meses después, registraba “El Estandarte Apostólico”, periódico que se publica en Roma bajo los auspicios de la Igle- sia, esta noticia: