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MEMORIAS Y TRADICIONES 177

el cura de Jáchal llegará a tiempo o no, para restituirles las caravanas de las Virgen de Loreto... 7

—¿Cómo? ¿Las caravanas de la Virgen de Loreto?

El sacerdote se había inmutado, e hizo la pregunta anterior con tono ansioso.

—Si señor. Quiero devolvérselas por medio de un sacerdote; y si es posible en acto de confesión.

—¿Y cómo se hallan en poder de Vd.?... ¿Desde cuándo”, interrogó el capuchino con creciente ansiedad.

—Desde hace cuarenta y tantos años.

El sacerdote se puso pálido y se quedó mirando a la en- ferma con ojos anhelantes. De pronto exclamó:

—Vd. es Martina Chapanay...

—Si señor, respondió Martina sorprendida. ¿Cómo me co- noce su paternidad?

—No me atrevo a decírtelo... Adivínalo tú misma... Inte- rrog2 tu pasado de hace cuarenta y tantos años, recuerda la no- che aquella en que fuímos sorprendidos a inmediaciones del Co- rra] de Piedra. Tu no puedes haber olvidado que allí quedaron muertos varios de los nuestros, pero se salvaron Cuero y e] Doc- tor... ¿Te acuerdas del Doctor?

—-:¡Oh!, si me acuerdo! .

——Pues bien, el Doctor fué rodeado en la espesura de un matorral; allí debió morir, pues los soldados que lo perseguían lo alcanzaban ya... Pero el Doctor, que era un sacrilegio, y tenía miedo de morir, invocó la Santa Gracia de la Virgen de Loreto... de la misma virgen que había profanado... Entonces ocurrió un milagro... Pareció que las ramas se inclinaban para ocultar al sacrílego y éste pudo escapar. Il sable de los soldados derribaba hojas y gajos, las balas zumbaban sobre su cabeza, pero

la vida del miserable estaba salvaguardada por ja Virgen... Los, soldados se retiraron sin descubrirlo. ¿Y de tí, que fuí de tí, Martina? Porque tú eres Martina Chapanay... Los años te han

árrujado el rostro y te han apagado los ojos. Eres el espectro de lo que fuiste, per ono hay duda, eres Martina Chapanay...

— ¡Señor! si su paternidad quiere explicaciones, dígnese de- cirme quién es usted....

—¿No lo has sospechado? ¡Y bien! ¡Soy el Doctor!

—¡Ahb! ¡Maldito!


Medió un rato de silencio.

Martina, que al proferir su imprecación había intentado er- guirse sobre la cama, yacía ahora de espaldas, pálida, inmóvil, con las manos crispadas, cua] si hubiera querido echar garra sobre algo. (El sacerdote oraba de rodillas, haciéndole aire con una manga de su sayal.

“Cuando aquélla volvió en sí, éste bajó la vista y cruzó hu- mildemente los brazos sobre ej pecho.

— ¡Perdón padre mío!...

—Nadie tiene más necesidad de él que yo, hermana! Com- prendo el' horror que te he inspirado. Era todo nuestro pasado de oprobio y delito el que ante tí aparecía en mi, justamente cuando tu alma empezaba a serenarse por la contrición.... Y ahora, díme cómo se hallan en tu poder las caravanas de la Virgen de Loreto que yo robé. Es necesario que me ayudes a reparar mi sacrilegio.

Martina le explicó entonces al franciscano cómo Cruz Cuero

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