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174 PEDRO ECHAGUL

Su arrojada empresa, a la que, por otra parte, estaba acostum- brada, alcanzó pleno éxito. La barca humana se echó al agua lle- vando sobre sus espaldas, y prendidos de sus trenzas a los dos ofi- ciales. La bolsa con los efectos iba remolcada por sus dientes.

El Oso nadaba a retaguardia. A

La Chapanay luchó hábilmente con las aguas, que desde su ni- fiez le eran familiares, y nadando como un tiburón, llegó al borde opuesto.

Una vez en tierra, y vestidos todos de nuevo, oyóse a la dis- tancia el ruido de un cencerro.

—Es el de la yegua madrina de mi tropilla, explicó Martina. La dejé ayer atada para que los caballog no se alejasen.

—¿Y esa confianza, preguntó Yaques, no le da a Vd. malos resultados?

—No; porque el gauchaje de este pago me conoce y me res- peta. Además, quien halle mis caballos, ha de suponer que yo no e estoy muy lejos..

Tomó los frenos, se dirigió a lo interior de un bosquecillo, y á poco volvió conduciendo tres buenos caballos. Conmovidos los jóvenes por la generosidad y el arrojo de aquella mujer que aca: baba de salvarlos de caer en poder úe los secuaces del tirano, es decir, de ser condenados ¿ nuerte, quisieron demostrarle su agra- decimiento y su admiración por las extraordinarias aptitudes de serenidad, de resistencia y de tino que acababa de demostrar en su servicio. Ambos le ofrecieron sus relojes de oro como obsequio.

—¡Ah, eso no! contestó aquella. La recompensa de mi servi- cio está en e! placer mismo de haberlo hecho. Ya el señor Prior quiso darme una gratificación, y recibió esta misma contestación. Si algún día volviéramos a encontrarnos por el mundo, y ustedes necesitaran ocuparme como cambpeadora, tendrían que pagarme mi trabajo, pues de él vivo. Pero lo que llevo a cabo para satisfacción de mi conciencia no lo vendo. Usiedes ignoran, por otra parte, los contratiempos que los esperan en el viaje, y acaso esas alhajas pueden servirles más adelante, en caso de urgentes necesidades. Ahora me dirán ustedes a que punto piensan dirigir la marcha, porque no es aquí donde habremos de separarnos.

No sin escrúpulos, los jóvenes aceptaron el ofrecimiento que de acompañarlos hasta mas adelante les hacia la Chapanay. Te- mían abusar de Ja buena voluntad de su bienhechora, substrayén- diola por tanto tiempo de sus ocupaciones habituales y haciendo que se alejase tanto de su residencia; pero ella les demostró la posibilidad de extraviarse, y lo difícil de encontrar recursos de sostenimiento para elos y sus cabalgaduras, si no eran guiados por alguien que conociera a fondo las serranías circundantes. Ade- más, la brava mujer ponia una generosidad tan eSpontánea y evi- dente en su empeño de dejarlos completamente a salvo, que los fu- sitivos depusieron toda vacilación, y consintieron, cada vez mas reconocidos, en seguir viaje bajo la protección de la Chapanay.

—«¿Adondo piensan ustedes dirigirse?

—A la provincia de San Luis, dijo Buter.

—¿A cual departamento?

—Al de Renca, agregó el mismo. Allí cuento con la protección que habrá de dispensarme el cura del lugar. Es mi tío carnal y me distinguió desde niño. Es, además, federal a toda prueba, y no será difícil que sus feligreses, que no nos conocen, nos tomen también ¡por buenos federales. Espiaremos la ocasión, y cuando