MEMORIAS Y TRADICIONES 173
policía, pero unos soldados que recorrían esta tarde la costa del río, me la han destruido a hachazos. Y la he echado al fuego para evitarme el trabajo de juntar leña. La autoridad no debe tener mucha confianza en mi para que la ayude en este caso. Y no se equivoca al sospechar esto. Yo no sé que es eso de “fede- rales” y de “unitarios”, pero veo que todos son de mi misma tie- rra, y que los unos ¡persiguen a los otros. Alguien ha de haber que ruegue por los que caigan en mayor desgracia y los ayude. Esto es lo que yo creo que me corresponde hacer a mí. Justa: mente hoy, al cerrar la noche, pasé al otro lado del río a cuatro hombres que fueron soldados del general Acha.
—¿Y' de qué medio se valió usted?—preguntó Yaques.
——Del mismo que me voy a valer para pasarlos a ustedes. Me parece que ya es tiempo. Desensillen ustedes y suelten lo3 caballos al campo.
—¿Y cómo seguiremos luego nuestro viaje?
—De aquella parte del río tengo yo caballos gordos.
—¿Y nuestra ropa? ¿Y nuestras monturas?
—Todo eso lo llevaremos aquí.
Y la Chapanay presentó a los jóvenes una gran bolsa, den- tro de la cual se pusieron, después de liadas, las monturas. A su indicación, los oficiales se habían despojado de sus vestidos. Y se tenían al lado del fuego apenas tapados con sus ponchos, sin hacer nuevas preguntas, temiendo que ellas fueran inter- pretadas como hijas de la desconfianza o el miedo.
Entretanto, Martina, vuelta de espaldas, se desvistió a su vez y se cubrió con un improvisado taparrabos de lona que sa- có de su montura. Dejó en libertad a su caballo, introdujo en la bolsa su ropa y la de los jóvenes, y extrajo de entre sus ape- ros—que fueron también a la bolsa—dos amplios cuernos que ls servica de chifles. Luego, dirigiéndose a sus interlocutores, es dijo: *
—Estos chifles, me sirven como un elemento de transporte. En cuanto a esta bolsa, tiene para mí un valor inapreciable. Ha- ce algunos años les salvé la vida a dos extranjeros a quienes unos bandoleros iban a asaltar en una encrucijada. Uno de ellos me obligó a que aceptase, como recuerdo, una hermosísima capa de goma, acaso la única que hubiera por entonces en el país, haciéndo- me notar que era impermeable. Como yo no le tengo miedo al agua, la he convertido en maleta para estos casos.
Llamó a sus perros y montó al Niñito sobre el lomo del Oso, atándolo a él con un pañuelo.
—Ahora, continuó; usted, señor teniente coronel, se colocará a la derecha, agarrándose con la mano izquierda de mi trenza, mientras que con la otra conservará usted, debajo del sobaco, uno de estos chifles que están vacíos y muy bien tapados. En cuanto a usted, mi Sargento Mayor, hará lo mismo del otro lado. No tenga ningún temor por mi pelo que es de una resistencia extra- ordinaria, gracias a la parte de sangre india que llevo en las ve- nas. La creciénte del río en grande, y el tirón hasta la otra orilla es mas que regular. No se sorprendan de verme como perdida en el agua, pues si llego a dejar la línea recta. será para cortar la coriente o dispararles a los remansos. Otra advertencia: cuiden de No soltar los chifles; éstos les alivierán el peso.
Como se vé, la inculta Chapanay había adquirido, en lidia con el elemento que ahora iba desafiar, embrionarias pero útiles no- clones de hidrostática.