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MEMORIAS Y TRADICIONES 171

AQUI ESTA EL GRANDE: AMBRICANO JUAN MIANUEL DE ROSAS HEROE DEL DESIERTO RESTAURADOR DE LAS LEYES SUPREMO DIRECTOR DE LA CONFBDERACION ARGENTINA Y ENEMIGO IMPLACABLE DE LOS INMUNDOS SAL- VAJES UNITARIOS CONTRARIOS DE DIOS Y DE LOS HOMBRES VENDIDOS AL ASQUEROSO ORO HXTRAJERO

Sorprendido, el mundo de tan insolente y repulsivo amasijo de títulos y apóstrofes, no se detuvo siempre a averiguar que signi- ficaba el absurdo fárrago. Y sin embargo, la sangre y los hechos de los proscriptos, los cruentos sacrificios de una generación en- tera que bregaba con todas las armas y en todos los campos por la redención de la patria, estaban acreditando que había aquí un pueblo oprimido y castigado, sobre cuyas ruinag se erguía, como sobre un pedestal, su bárabro déspota: es decir un gaucho de per- versos instintos, cobarde y desleal, sin fe ni ley, e incapaz de todo lo aque no fuera crueldad y bajezas, cuyo encumbramiento se de- bía, por una parte a la anarquía, y por otra a su taimada astucia para manejar las turbas. En vez de restaurar las Leyes, Rosas las conculcó, las befó y las sustituyó por el imperio de la fuerza. Cerró las escuelas, y si permitió que permanecieran abiertos los templos, fué para que en los altares apareciera su propia imágen. Quiso marcar a la sociedad como si fuera un rebaño, y fijó vio- lentamente sobre el pecho de los hombres y en la frente de las doncellas, un “trapo color de sangre.. Llamó salvajes unitarios a los mártires y a los apóstoles de la abnegación y del civismo, y uo dejó noble sentimiento que no escarneciese ni libertad que nr pisctease.

Habíase ya dado aquella famosa batalla de la Punta del Mon- te, digna de los mejores tiempos de la Grecia: el General Acha con cuatrocientos ciudadanos armados, había hecho pedazos en Angaco, y puesto en dispersión, un ejército de tres mil hombres a servi: cio del tirano. Pero los Leonidas y los Epaminondas no sobrevi- ven a la victoria, mas que el tiempo necesario para que se les cave el sepulero. Acha no sobrevivió mucho a la suya, y cayó al fin, como un mártir, después de haber demostrado que tenía el alma de un héroe.

El Gobernador de San Juan, coronel D. Anacleto Burgoa, que en carácter de provisorio dejara el General La Madrid cuando pa- só por esta capital en dirección a Mendoza, fué depuesto y corrido por un gaucho Atienzo, que aprovechándose de la falta de guar- nición capaz de sostener el órden, se alzó y posesionó de la ciudad secundado por unos cuantos ociosos. Pero el omnímodo de esta tierra, D. Nazario Benavídez, quiso que el coronel Oyuela fuera Gobernador de la Provincia. Lo fué en apariencia. En realidad, solo alcanzó a ser el dócil instrumento del omnímodo.

Para acreditar su adhesión a la Santa Causa de la Federación durante la ausencia de Benavícez en Mendoza, dictó Oyuela en de- creto declarando criminal a quien continuara asilando en su casa a algunos de los jefes u oficiales pertenecientes a la vanguardia del Ejército Libertador expedicionario al sud, que por haber sido