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MEMORIAS Y TRADICIONES 169

La Chapanay echaba de menos a Ñor Féliz; y si bien éste no le era indispensable para desempeñar sus empresas, le había tomado afición y le faltaba su compañía.

De la noche a la mañana, Martina resolvió irse a Córdoba. Sor Féliz la atraía, decididamente.

Un buen día montó, pues, a caballo y se puso en viaje pa- ra Río Seco. Cuando llegó al pueblo, quiso ante todo ir a la iglesia, pero la encontró cerrada. Preguntó por el maestro de escuela, y supo que éste no se encontraba allí ya; el cura ha- bía cambiado de parroquia y el viejecito se había ido con él. Sorprendida por esta novedad inesperada, se dirigió a la casa de la madre de Ñor Féliz, y su sorpresa se convirtió en decep- ción y en pena. La mujer había muerto, y la familia se había dispersado, debiendo ser colocados los menores en diferentes ca: sas por la autoridad.

“Y Ñor Féliz?

¡Ay! Nor Féliz había desaparecido en compañía de aquella muchacha rolliza que se detenía en la ventana del local que servía de escuela, a oirle dar sus lecciones...

Un vuelco sintió Martina en el corazón cuando le dieron es- ta última noticia. ¡Y ella que no había renunciado a la idea de casarse con el ingrato muchachón! ¡Ella, que sólo por verlo había venido atravesando yermos y serranías durante días y días! Se quedó suspensa y como atontada sobre las lomas del lugarejo. Por último volvió grupas y comenzó a vagar sin rum- bo por el campo, como pidiéndole consuelo a su salvaje soledad.

Se encontró, a la mañana siguiente, en tierras de exfube- rante vegetación que no conocía, y se puso a recorrerlas, sedu- cida por el espectáculo de aquellas selvas y de aqulelas fron- das, que tanto contrastaban con los áridos desiertos cuyanos, y que la distraían de su tristeza. a

El Oso y el Niñito la acompañaban. Se habían internado en el bosque delante de ella, siguiendo una estrecha senda, y retozaban entre el pasto ladrando y persiguiéndose. Atraída por la frescura del follaje, Martina penetró en la selva dentrás de sus perros, y avanzaba lentamente por entre arbustos y enre- daderas silvestres, cuando su caballo enderezó las orejas y em- pezó a bufar. Ni el rebenque ni las espuelas consiguieron ha- cerlo avanzar, y pugnaba, al contrario, por retroceder y dispa- rar. Algo habría sentido el animal, que lo asustaba así. En efecto, de pronto el Oso y el Niñito aparecieron perseguidos por un corpulento león, cuyos ataques esquivaban con carreras y gambetas, sin dejar de ladrarle. La fiera se detuvo al ver a la Chapanay y a su caballo, bajó la cabeza casi hasta tocar el sue- lo, y lanzó a los aires un terrible bramido que atronó la espe- sura. El miedo del caballo le imposibilitaba a Martina toda acción montada. Por.otra parte, faltaba alí espacio para hacer evolucionar al animal. Ls boleadoras y el lazo no tenían apli- cación entre los árboles. Y entretanto el león: avanzaba...

La valerosa mujer tomó rápida y resueltamente su partido. Echó pie a tierra, ató su caballo a un tronco, se envolvió el brazo izquierdo con un grueso poncho que traía enrollado en las ancas y desnudó el facón. En el trabuco no había que pen- sar: las corbetas de su cabalgadura asustada lo habían hecho caer unas cincuenta varas más lejos, entre los yuyos.

A seis pasog de distancia de Martina estaba ya el león, de- cidido a atacarla descuidando a los perros. Tomó una actitud