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MEMORIAS Y TRADICIONES 165

Agradeció efusivamente Martina tan valioso aviso, y sin pér- dida de tiempo cambió el rumbo de su marcha. Dejando para después su expedición a Jáchal, contramarchó hacia el Sud y se dirigió a Punta del Monte.

Costeaba un soto espeso, cuando sintió, cercano, un ruido de maleza removida. Fijó su atención en el punto de donde aquel partía, y vió, entre el monte, la figura de un hombre que parecía querer ocultarse.

—i¡No se asuste, señor! —le gritó—¡No se asuste que ha da- do con un cristiano!!... ¡Acérquese con confienza!!

El hombre se recobró un poco. La voz de la Chapanay lo alentó y desenredándose como pudo de las jarillas entre las que había buscado esconderse, se llegó al camino. El Oso lo mira- ba gruñendo, listo a saltar sobre él a la menor seña de su due- ña. Esta calmó al animal con una palabra cariñosa.

—Buenas tardes—dijo el hombre con acento débil.

Tenía el brazo derecho mal envuelto en su poncho lleno de sangre.

—Buenas tardes—contestó la 'Chapanay.—¿Qué le ha pa- sado, señor?

Bajó del caballo y le sirvió medio jarro de vino que llevaba en uno de sus chifles. El hombre bebió y manifestó deseos de sentarse. Martina desprendió de su recado un cojinillo y ayudó al herido a acomodarse sobre él. Reanimado éste, y persuadi- do de que la persona que tan solícitamente procedía con él no pertenecía al gremio de los que habían estado a punto de qui- tarle la vida la noche anterior, refirió así su dramática aven- tura:

—Marchábamos anoche de regreso hacia la (Costa Alta de La Rioja, de donde somos vecinos, yo y un joven socio con quien habíamos realizado en esta provincia la venta de unos cuantos novillos, cuando fuimos asaltados a eso de las doce. Habíamos acampado y dormíamos en nuestras monturas. Sen; tí de pronto ruido y me desperté. Los salteadores se dejaban caer de sus caballos en aquel momento, a pocos pasos de nos- otros. Sin tiempo para defenderme, me puse de pie de un salto y me escurrí por entre un grupo de árboles. Alcancé a oír un prolongado y angustioso gemido de mi compañero sorprendido y asesinado en pleno sueño, mientras yo paraba como podía, sea presentando el brazo, sea cubriéndome con las ramas, los ha- chazos y las puñaladas con que me perseguía uno de los ase- sinos. Se oyeron en aquel justo momento voces en la huella. Era que pasaba una tropa de hacienda y los peones que la arrea- ban venían conversando y cantando. Quise gritar pero no pude. Alcancé a ver a nuestros asesinos que montaban a caballo y se alejaban cautelosamente a campo traviesa. Una nube negra me cegó y caí sin sentido. No sé cuánto tiempo habrá durado mi desmayo. Cuando volví en mí, estaba nadando en la sangre que había perdido por las herizas del brazo, pero a pesar de mi tre- menda debilidad, me puse a andar al azar en busca de agua por estos jarillales. Nuestros caballos habían sido alejados, sin du- da por los bandidos, antes de atacarnos.

—Ya me figuro yo quiénes son los ladrones—contestó la .Chapanay, que había escuchado con interés compasivo la rela- ción del herido.—¡Ahora se las tendrán que ver conmigo! Pe- ro para toparme con ellos necesito estar sola.

—¿Sola?