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MEMORIAS Y TRADICIONES 163

bínaron un singular método pedagógico. El educando alternaría sus aprendizajes; por manera que manejaría noventa días el silabario a las puertas de la sacristia, y otros noventa las bolea- doras por pedregales y llanuras.

Martina salió al fin con la suya, y al hacerse la primera barba, Ñor Féliz descifraba los impresos que le caían a las manos.

¡Cuando pasó a dominio de su maestra, contaba diez y ocho años. ¡Era un jastial más largo que un álamo vicioso; lindo como un Santo Domingo; pero lindo con todos los signos de la estupidez: bobo, boquiabierto, tardo para comprender, y tardo period contestar; medroso como una monja y medio escaso de oído.

A estar a la importancia del ejemplo que nos ofrece Ñor Féliz, no debe ser verdad que los azotes acaban de azonzar a los zonzos, pues a los cuatro años de aprendizaje en ambas escuelas, él se había remontado de zonzo a pillo, sin otro estimulante que las nutridas tundas que de vez en cuando le administraba su maestra. El tímido jastial de los primeros días, hacía, al poco tiempo, primores de equitación en un potro, y rendía de can- sancio una mula. Se disparaba expresamente para que su maes- tra le boleara el pingo, a fin de aprender a salir parado de la rodada, sin correr más riesgo que la posibilidad de romperse la cris- ma. Se convirtió, como su profesora, en un gran cazador a la criolla, y con ella emprendía frecuentes correrías a caza de venados, liebres, carpinchos, avestruces y cuanto animal útil o dañino so presentase a tiro de bolas, o pudiese ser perseguido a pezuña de caballo. ¡Aquellas cacerías tenían su término en grandes charqueadas, que daban por resultado el aprovechamiento de los cueros, las plumas y la carne de cierías piezas.

Es digno de ser referido el primer acontecimiento que vino 2 mostrar el poquito de discurso que cabía en la inteligencia de Kor Féliz. Recorría en cierta ocasión las ramadas de la Chapa- nay, proveyendo de agua las tinajas de que hablamos antes, cuando encontró que la vasija de una de ella estaba rota. El esso era frecuente, pues los viajeros que de aquellas se servían, no siempre las trataban con miramientos después de haberlas utilizado. Ñor Féliz tuvo una idea. Hizo escribir por su maes- tro de lectura, sobre lajas bruñidas que trasladó luego a las ramadas y en grandes letras al óleo, la palabra “Aquí”. Abrió luego en cada local, un hoyo con capacidad para la tinaja corres- pondiente, y las enterró a todas, dejándoles la boca a fior de tierra. Una vez llenas de agua, cubrió a cada cual con su laja. Las tinajas quedaban así a salvo de ser rotas o robadas, y osten- tendo una inscripción llamativa en la tapa. ¡Supiesen o no leer los viandantes, su atención era solicitada por el letrero. Levan- taban la cubierta y encontraban el agua.

Muy agradable le fué a la Chapanay el perfeccionamiento que Ñor Félix había introducido en su combinación para socorrer en el desierto a los sedientos, y para recompensarlo le dijo:

—KÑor Féliz, ha obrado usted muy cuerdamente, y quiero aprovechar esta ocasión para hacerle un favor.

El jastial se puso colorado como un tomate. Creyó que iba a ser despedido, y pensó aprovechar la coyuntura para realizar cierta campaña que le andaba dando vueltas en la mollera.

La Chapaany le disparó esta órden a quemarropa:

——Prepárese usted para que nos casemos.

—:¿Para que nos casemos?