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162 PEDRO ECHAGUE

los territorios fronterizos de las provincias de (Cuyo, y bien pronto se acreditó como peón laborioso, enérgico y honrado. Pedía alojamiento a cambio de útiles servicios, y bien pronto se la buscó empeñosamente para confiarle arreos de hacienda y doma de potros, o para utilizarla como baqueano en el paso de ríos y en el recorrido de travesías.

Un par de años más tarde, era conocida y apreciada hasta en' el río de lps Sauces en ja provincia de Córdoba. ¡Con su propia mano había levantado, distribuyéndolas en una exten- sión de cuarenta leguas, cuatro ramadas que destinó a servir de refugio y amparo a los viajeros enfermos, cansados o extra- viados en aquella región árida y desierta. ¡Se sabe que los más terribles yermos se dilatan en ciertas zonas de la comarca andina. Las ramadas de la Chapanay abrigaban tinajas de agua fresca, y en ellas apagaban su sed y reponín sus fuerzas los viandantes.

No pararon en esto los beneficios que Martina distribuyó por los inhospitalarios campos. Dotó de balsas rústicas ciertos pasos peligrosos de ríos traicioneros, y durante las crecientes ella misma trasladaba a los viajeros de una orilla a la otra. Se la vió con mucha frecuencia en el Zanjón, que baja del Norte, se une con el Bermejo 3 alva en su derrame la punta del Pia de Palo. Como que provienen de aluviones, las aguas de aquellos ríos ofrecen particular riesgo a los transeuntes, con sus crecidas bruscas y torrentosas.

Los señores Precilla, Juan lAmtonio Moreno, Martín y Do- mingo Barboza, Zacarías Yanzi y otros respetables vecinos de San Juan, que en sus viajes hasta la provincia de San Luis o el litoral, habían oído hablar de la Chapanay, se relacionaron con ella, pensando que podía servirles, atenta la naturaleza dae sus negocios rurales. Así fué en efecto. Desde entonces las bestias rezagadas y extraviadas de sus arreos, eran invariable- mente devueltas a sus dueños por un emisario de la ¡Ohapanay: ñor Féliz. Y muchos otrcs servicios de inestimable precio para los frecuentadores de travesías de aquellos tiempos, les fueron prestados a los señores citados, según su propio testimonio.

Entre las relaciones que en su errante vida había contraído Martina, se contaba una campesina de las inmediaciones del Río Seco, en (Córdoba. Tenía esta mujer varios hijos y poanísimos recursos para mantenerlos. Resolvió, pues, poner a Télix, el mayor de ellos, bain la autoridad de la Chapanay, en quien cdociinó todos sus derechos.

Obligóse ésta, por su parte, a dirigir y enseñar a trabajar al mocetón, a pesar de su manifiesto desapego a lás fudas tareas del campo. Con la mira de manifestarse amable hacia su disci- pulo, le dió desde el momento en que éste pasó a ser tal, el tratamiento de “Nor Feliz. El tratamiento le quedó, y con él se le designó siempre en los campos,

No se consolaba Martina de no saber leer, y quiso que el muchacho confiado a su custodia no tuviera que culparla más tarde a ella de tal ignorancia. Se entendió, pues, con un anciano español que, por vocación de maestro, enseñaba en un lugar cercano las primeras letras a. unos cuantos niños en casa del cura, a fin de que tomara a Ñor Féliz como alumno.

Ambos maestros, el de trabaio material y el de letras, com-