158 PEDRO ECHAGUE
mediato y dieron tiempo para que surgieran de entre el monte los jinetes ocultos, que cayeron sobre ellos lanza en mano. Aque- llo no fué un combate, sino una matanza. Tan sólo uno de los ladrones puáo escapar. Los demás cayeron atravesados.
¡Del montón de muertos, salía la voz entrecortada de un ago- nizante que gemía:
— ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Que me lo ampare el gobierno y que haga de él un hombre útil!
Era la voz del Jetudo. Confundido con sus amtiguos com- pañeros en la indecisa luz del amanacer, había sido alcanzado por una lanza.
“Be abrió una gran fosa, y después de registrarlos, se arrojó a ella a los cadáveres. El que por su traje parecia ser el capi- tán de la banda, tenia la cabeza despedazada. Mientras volvían los que habían salido en persecución del fugitivo, se recogieron las armas y se reunieron los caballos de los muertos.
Vuelta la partida a la ciudad, se supo bien pronto que los bandidos habían sido exterminados, gracias a las indicaciones de la Chapanay. Lamentó la autoridad que el crucifico de Loreto no hubiera sido rescatado, pues sobre el cadáver del que se con- sideró como jefe, no estaba la santa imágen. Pero este contra- tiempo no disminuyó *a importancia del hecho que libertabau a la provincia de una posadilla,
Por lo que se refiere al hijo del Jetudo, el gobernador 19 tomó bajo su protección, conforme a las postreras súplicas de aquél, y según la humanidad lo aconsejaba. El muchacho reci- bió instrucción, entró en el ejército y se supo más tarde que, como su infeliz padre lo anhelara al rendir la vida, llegó a ser un kombre útil.
Supo la señora Sánchez que la Chapanay había dado mues- tras do arrepentimiento desde el instante en que fué capturar da, y tuvo lástima de ella. Fué a verla el día que se le notificó su libertad, y la dijo: .
—S€ que no tienes asilo y vengo a abrirte de nuevo las puer- tas de mi casa. Quiero ser caritativa y olvido tus acciones pa- sadas, a fin de que puedas volver al buen camino. Aquí tienes un vestido de mujer; deja esos harapos de hombre que te cu- bren, y ven conmigo.
La Chapanay bajó los ojo y siguió mansamente a su pro- tectora.
Durante dos años, Martina Chapanay se condujo correcta- mente en casa de su bienkechora. Parecía que su cabeza había recobrado el equilibrio propio de su sexo, y se evitaba hacel alusión ante ella a su vida y hechos anteriores.
Semanas enteras pasaba la oveja vuelta al redil: al lado de su señora, encerrada por propia voluntad y entregada a las la- bores que ésta le enseñó. Lo único que pedía con frecuencia era que se le enseñase también a leer. Sin que se sepa por qué, la señora Sánchez iba aplazando siempre la satisfacción de este justo reclamo.
Entretanto la mujer parecía presa de decaimiento. Su sem- blante ostentaba signos de melancolía, y era visible que una idea o una pasión la trabajaba. Su estado moral no tardó en reflejarse en su físico, y no mostraba ya su aspecto atlético de antes. Su estatura parecía abora más elevada y su rostro per-